Mundo de ficçãoIniciar sessãoBerlín amanecía con luces, autos, tranvías y personas caminando con prisa, en medio de la avenida principal, entre tiendas y oficinas, había un pequeño restaurante con una fachada luminosa. El letrero decía Kleiner Wunsch.
Kristin abrió la puerta como cada mañana con mucho orgullo; tres años atrás llegó embarazada junto a su abuela y Hannah sin ningún plan previo; empezar desde cero fue difícil para Kristin.
—¡Buenos días, Kristin! —saludó Albert, su socio, mientras entraba con una caja de verduras frescas.
Albert Schulte era un chef profesional con estudios en gastronomía; había trabajado en varios restaurantes prestigiosos de Berlín, pero había renunciado cansado del ambiente competitivo, Cuando conoció a Kristin y probó su comida, le entusiasmó el talento de Kristin e invirtió en su restaurante.
—Kristin, te traje las mejores verduras del mercado —dijo Albert guiñándole un ojo—. Nuestro menú de hoy va a volar.
Kristin mirando el inventario, respondió —Gracias, Albert, sin ti no podríamos con tanto trabajo.
Él negó con la cabeza —No digas eso, eres una jefa excelente.
Kristin sonrió, dentro de ella sabía que Albert era más que un socio: era su amigo, su apoyo diario, una persona que llegó justo cuando más lo necesitaba.
Y mientras conversaban, la campanilla de la puerta sonó y entró un pequeño niño de tres años con el cabello castaño claro, mejillas rosadas y una sonrisa traviesa.
—¡Mami! ¡Tío Albert!—gritó corriendo hacia ella.
Kristin miró a su hijo Thomas, se agachó para cargarlo —Buenos días, cariño, ¿dormiste bien?
El pequeño asintió —Sí, la abuelita Lorelay me hizo unos panqueques.
Pero aunque el presente de Kristin era bueno y feliz, el pasado no la dejaba del todo.
Había recuerdos que seguían en su mente, la molestaban, sobre todo en las noches cuando el silencio se hacía grande.
Una tarde, mientras su hijo dormía y Albert hacía inventario en la cocina, Kristin se sentó en la sala vacía del restaurante, sostuvo una taza de té entre las manos y, sin querer, su mente volvió al día en que intentó enfrentarse a Henry… cuando todavía estaba embarazada.
Habían pasado dos meses cuando decidió mudarse a la ciudad, su abuela insistió en acompañarla.
Kristin recordaba que su corazón latía con fuerza cuando llegaron a la puerta de la residencia Schneider, era una enorme mansión, con un gran jardín, Kristin se sentía diminuta frente a ella, pero reunió valor y habló con el recepcionista en la puerta.
—Necesito ver al señor Henry Schneider —dijo con firmeza.
El hombre detrás de la cabina alzó una ceja y dijo fríamente —Lo siento, señorita, pero el señor Schneider no está en la ciudad.
Kristin frunció el ceño —¿Cuándo regresa?
El hombre entonces respondió —No tenemos fecha...El señor viajó al extranjero con su prometida hace una semana.
Kristin sintió una punzada en el corazón —¿Con… su prometida?
El hombre asintió con naturalidad.
La abuela sostuvo a Kristin del brazo al ver cómo su piel palidecía.
—Vámonos, Kristin—susurró.
Pero Kristin no podía moverse, su mente estaba en blanco, llevó una mano lentamente a su vientre.
"Ese hombre… ese hombre que me abrazó, besó y amó… ahora estaba celebrando una vida con otra mujer", Pensó Kristin llena de odio y con los ojos al borde de las lágrimas.
El Hombre volvió a hablar —Si desea, puede dejar algún mensaje, puedo entregarlo cuando regrese.
Kristin apretó los labios —No es necesario, ya nos vamos —respondió sin lágrimas, sin voz, rota por dentro.
—No queda nada por hacer —susurró con la voz quebrada— Tendré que criar a mi hijo sola.
Y así lo decidió y se fue del lugar sin mirar atrás.
Kristin volvió de sus más profundos pensamientos, respiró hondo, se incorporó y caminó hacia el mostrador para revisar las cuentas, intentando no recordar su pasado.
Mientras tanto, Albert, que se encargaba del inventario, recibió una llamada inesperada, se apartó hacia una mesa vacía para contestar. Al otro lado de la línea, una voz grave y elegante habló con urgencia:
—Albert, viejo amigo, necesito un favor.
Se trataba de Werner White, un conocido suyo con grandes influencias en el mundo empresarial alemán, dueño de uno de los hoteles de lujo más importantes de la capital. Si Werner llamaba a esas horas, era por algo serio.
—Dime —respondió Albert, curioso.
—Dentro de dos días recibiré a delegaciones de empresarios muy importantes, no solo de Alemania, también de otros países, será un banquete diplomático, así que quiero que tú te encargues de supervisarlo, confío en tu criterio —explicó Werner con tono directo.
Albert frunció el ceño, pero una sonrisa se dibujó en sus labios, era una oportunidad enorme.
—Por supuesto —respondió sin dudar.
—Perfecto, te enviaré los detalles mañana, necesito que este evento sea perfecto, sin errores —agregó Werner antes de despedirse.
Albert guardó el teléfono y respiró profundo, buscó a Kristin, que estaba revisando las cuentas en el mostrador.
Ella levantó la vista al verlo acercarse.
—¿Todo bien? —preguntó, limpiándose las manos con un paño.
Albert apoyó las manos en la madera y habló con seriedad, pero con un brillo especial en los ojos.
—Me llegó una propuesta importante, un empresario muy influyente me ha pedido que supervise un banquete de lujo para inversionistas extranjeros. Y quiero que colabores conmigo.
Kristin parpadeó, sorprendida —¿Yo?… no estoy segura, nunca participe en algo así.
—Tienes talento, visión y una forma de trabajar que no se aprende en ninguna escuela —dijo él con firmeza— Y esto podría abrirnos nuevas puertas… conexiones nuevas, contactos de peso, debes saber qué oportunidades como esta no siempre se presentan todos los días.
Hubo un silencio breve, Kristin dudaba de sus capacidades para trabajar para algo tan grande, pero tras pensarlo y pensar en su futuro de ella y su hijo, decidió aceptar.
—Acepto —respondió con una sonrisa segura.
Albert asintió satisfecho —Entonces prepárate, te diré los detalles más tarde.
Y así, sin darse cuenta, llegó el día.
A primera hora de la mañana, el coche se detuvo frente al majestuoso hotel Der Kaiser.Kristin bajó junto a Albert y, al levantar la vista, sintió que el aliento se le escapaba, las enormes columnas de mármol, las lámparas talladas y el brillo dorado de la entrada la asombraron.
Kristin tragó saliva, tratando de controlar los nervios, nunca había estado en un lugar tan lujoso para trabajar.
Entraron y el eco de sus pasos resonó en el pasillo principal, donde ya se preparaban mesas, utensilios y bandejas para el gran banquete, Kristin respiró hondo, apretando sus manos para darse fuerza.
Esa noche, la cocina del hotel estaba bulliciosa, Kristin aún estaba tratando de adaptarse al ambiente de trabajo, pero el banquete iba en total normalidad, mientras Albert daba las órdenes, fue entonces que Kristin recibió una llamada inesperada de Hannah, por el bullicio necesitaba salir al pasillo principal para contestar —Regreso en un momento Albert, Hannah me está llamando.
—Yo vigilo todo, ve tranquila —respondió él.
Kristin caminaba apurada por el silencioso pasillo para contestar el teléfono, cuando al doblar la esquina, chocó contra alguien —Lo siento, no lo vi… —dijo inclinándose para recoger su teléfono.
Pero cuando levantó la cabeza…
El rostro de Kristin se oscureció, el hombre que tanto amo y la abandono, estaba allí frente a ella.
El rostro serio del hombre frente a ella se suavizó, sus ojos claros se abrieron con sorpresa, con algo más profundo… algo que parecía dolor y cariño al mismo tiempo.
Kristin se quedó petrificada en su lugar, todo fue tan repentino que no sabe como reaccionar
Henry, por su parte, dio un paso hacia ella, temblando ligeramente —Kristin... No sabes cuanto té extrañado, no hubo ni un día que no pensara en ti—pronuncio con una suave sonrisa en su rostro.







