Capitulo 5

Kristin, nerviosa y sin saber qué hacer, se agachó hacia al hombre desmayado.

—Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó; al no tener respuesta, logró colocarse por detrás de él para levantarlo con esfuerzo —Dios mío… ¿Cuánto has bebido? —murmuró sin obtener respuesta.

Le pasó un brazo por los hombros y lo arrastró poco a poco hasta el sofá más cercano. 

Una vez allí, lo acomodó con cuidado, asegurándose de que no cayera al suelo otra vez. 

Estaba jadeando, por el peso, justo cuando se enderezó y pensó que el día ya no podía complicarse más.

La puerta volvió a abrirse.

Kristin giró la cabeza y se quedó paralizada.

Henry estaba allí.

De pie, con la respiración agitada como si hubiera recorrido medio edificio buscándola. 

Sus ojos, encendidos por una mezcla de angustia y determinación, se clavaron en ella.

Kristin retrocedió un paso —¿Tú… qué haces aquí? —pregunto, incapaz de ocultar su disgusto.

Henry avanzó despacio.

No parecía dispuesto a dejar que todo terminara con la conversación en el pasillo.

Seguía sin rendirse.

—Kristin, necesito que me escuches.

Ella frunció el ceño, dispuesta a negarse; no quería seguir involucrándose con él.

—No voy a pedirte que me perdones, ni para que creas en mí ahora mismo... pero no… no puedo dejar que sigas pensando que todo lo que pasó fue una mentira.

—No tenemos nada que hablar, te dije que no quería volver a verte —respondió, fría, aunque la voz no le salió tan firme como quería.

Henry dio un paso más.

—Me iré si así lo quieres —dijo con firmeza —Pero solo después de decirte la verdad… toda la verdad.

Kristin lo miro en silencio; quería cerrar la puerta, gritar que lo odiaba, o simplemente marcharse

Su corazón, traicionado, empezó a temblar de rabia; verlo solo le traía recuerdos dolorosos.

Justo cuando Henry estaba por hablar de nuevo, un murmullo húmedo rompió el silencio de la sala.

Kristin se giró a tiempo para ver al hombre del sofá abrir lentamente los ojos, por un instante, su mirada estaba perdida, nublada por el alcohol. Luego enfocó a Kristin y sin previo aviso, tomó su mano con torpeza.

—No te vayas—balbuceó 

Kristin se quedó petrificada, la mano del desconocido apretaba la suya con fuerza, Henry, desde el otro lado, se tensó al instante, el ceño marcándose de forma casi amenazante.

Ella intentó liberar su mano con cuidado, murmurando —Señor, suélteme.

Pero el hombre, completamente ebrio y sin conciencia real de lo que ocurría, volvió a repetir —Quédate

El ambiente se volvió extraño, casi irreal.

Henry se acerco a Kristin para liberarla del agarre del hombre, pero ella ferozmente aparto a Henry —No me toques.

Y justo entonces…

La puerta se abrió de golpe.

Albert entró primero, sonriente, listo para presentar a su amigo Werner White, que venía tras de él, un hombre bien vestido, elegante, de porte sereno.

—Kristin, ya terminé con… —dijo Albert, pero se quedó congelado al ver la escena.

El desconocido tirado en el sofá aferrado a la mano de Kristin.

Y Henry, de pie, con el rostro endurecido por la tensión.

Albert parpadeó, sin saber qué estaba pasando todavía.

—¿Qué está pasando Kristin?

Kristin desconcertada, no sabía como explicar la situación correctamente, y finalmente el hombre deconocido solto su mano, y antes de que dijera una palabra.

Werner entró apresurado a la sala justo cuando William seguía inconsciente en el sofá, al ver el panorama, se llevó una al rostro. —¡Señor Harrison! —dijo preocupado, reconociendo de inmediato al hombre en el sofá, luego su mirada saltó a Henry—. ¡Félix te está buscando como loco! ¿Qué estás haciendo aquí?

Albert frunció el ceño —¿Lo conoces?

Werner asintió, aun procesando todo. —Él es Henry Schneider, uno de nuestros invitados VIP, y el que está acostado es William Harrison, hijo de uno de nuestros inversionistas más importantes —dijo soltando un suspiro pesado.

Henry indiferente se pasó una mano por el rostro, cansado. —Encárgate de él rápido —ordenó con frialdad.

—Llamaré a alguien para llevarlo discretamente a su habitación antes de que esto se vuelva un escándalo.

Werner salió de inmediato, dejando un silencio tenso en la habitación.

Kristin tomó su bolso con manos temblorosas —Albert… yo me tengo que ir.

Albert dio un paso hacia ella, preocupado. Luego miró de reojo a Henry, que no le quitaba los ojos de encima a Kristin.

—Está bien —dijo finalmente—. Ve a descansar. Mañana hablamos.

Kristin asintió y salió rápido.

En cuanto ella cruzó el pasillo, Henry salió tras ella casi corriendo.

—¡Kristin, espera… necesitamos hablar!

—No hay nada de que hablar, ya te dije que me dejaras en paz.

Sus pasos resonaban por el pasillo, pero antes de que pudiera alcanzarla, una figura femenina apareció en el corredor, Kristin que pasó por su lado se detuvo no muy lejos de aquella mujer que era alta, elegante, con un vestido negro que brillaba como el cielo mismo, era una mujer hermosa, de aire distinguido y semblante frío,

Kristin la reconoció de inmediato; era la prometida de Henry, Ayla Hofmann.

Ayla se detuvo frente a él con los brazos cruzados, sin siquiera mirar primero a Kristin.

—Henry —lo llamó con un tono frío —No contestabas el teléfono, sabes que eso me parece… inaceptable, no tengo tiempo para estar buscando a mi prometido, que desaparece en medio de una reunión muy importante.

Kristin que observaba a Ayla bajó la mirada a su propia ropa, comparada con Ayla, se sintió pequeña, insignificante, fuera de lugar.

Pero Henry no miró a Ayla ni siquiera por cortesía, sus ojos seguían fijos en Kristin, como si temiera que ella desapareciera otra vez.

—No es el momento, Ayla —dijo con frialdad —Hablaremos después.

Ayla levantó levemente la barbilla, ofendida.

Y entonces siguió la dirección de la mirada de Henry.

Sus ojos chocaron con los de Kristin, no hubo sorpresa, no hubo enojo, solo una finísima sonrisa, fría como una cuchilla.

—Ya veo lo que ocurre —dijo acercándose unos pasos a Henry —La próxima vez que decidas ver a otra mujer a mis espaldas, al menos sé discreto, no puedes arruinar nuestra imagen pública, no quiero aparecer en titulares desagradables mañana.

Henry entrecerró los ojos —No digas cosas innecesarias y ve a tu habitación. Luego…

—¿Hablar? —lo interrumpió Ayla, con una risa baja y elegante, mientras se cruzaba de brazos —¿Cuándo? Si siempre envías a tu asistente en tu lugar, aunque supongo que esta vez la excusa es más… interesante... una amante, que gracioso.

Kristin sintió cómo algo dentro de ella se desgarraba.

Esa mujer… aquella mujer perfecta… era la razón por la que Henry había desaparecido de su vida, la razón por la que se quedó sola.

Henry chasqueó la lengua, irritado —Ayla, basta, te dije que hablaremos después.

Ella sacó su teléfono sin siquiera mirarlo —Solo preocura ser discreto, no quiero periodistas siguiéndome por algo tan… vulgar. 

Vulgar, la palabra golpeó a Kristin con fuerza, el calor subió por su rostro, la vergüenza se mezcló con dolor, los recuerdos la atacaron como cuchillos.

Henry no llegó al lago, Henry no contestó el teléfono, Henry desapareció...Y ella se quedó sola… con un bebé.

Sus labios temblaron, no sabía si gritar, llorar o simplemente derrumbarse, así que hizo lo único que podía hacer, corrio.

—¡Kristin! —exclamó Henry, intentando ir tras ella.

Ayla no lo tocó, pero sí dejó caer una frase con frialdad mientras él pasaba —Sé cuidadoso, Henry, las relaciones triviales solo traen problemas.

Henry ni siquiera la escuchó, corrió detrás de Kristin, no estaba dispuesto a perderla otra vez.

Ayla lo observó irse sin ninguna emoción visible, solo suspiró—Ya sabía que este compromiso sería un problema —murmuró antes de dar media vuelta, saliendo del pasillo con la misma elegancia con la que había llegado.

Kriston llegó a la calle principal, intentó detener un taxi, respirando agitadamente, pero entonces henry la detuvo.

—Kristin… —la voz de Henry llegó detrás de ella— Por favor, escúchame.

Ella no se giró —No quiero escucharte —dijo con la voz temblorosa— No volveré a confiar en ti, nunca más.

Henry dio otro paso. —No te abandoné, tú no sabes lo que pasó…

—¡Y no quiero saberlo! —Kristin explotó, volteándose por fin, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas —Si de verdad me hubieras amado, no habrías desaparecido sin una palabra...¡No me habrías dejado sola en el peor momento de mi vida!

Henry apretó los puños, desesperado —Kristin… ¡Déjame explicarte!

—No —lo interrumpió ella con una voz tan firme que incluso su propia garganta ardió—Si dices que me amas… entonces desaparece.

Henry quedó paralizado, no supo qué decir, sabía que había roto el corazón de Kristin al desaparecer aquel día, así como su confianza.

En ese momento un taxi se detuvo frente a ellos.

Y quien bajó del asiento del copiloto fue Albert, que venía justamente del hotel.

Le bastó un segundo para entender la escena, miró a Henry con una frialdad que rara vez mostraba y dijo —Señor Schneider… por favor, deje en paz a Kristin.

Kristin subió al taxi sin volver a mirar atrás, Albert regresó al vehículo y se sentó junto a ella, no preguntó nada, no dijo nada, solo le indicó al chofer la dirección de la casa de Kristin.

El taxi se puso en marcha.

Desde la ventana, Kristin pudo ver cómo Henry se quedaba solo en medio de la calle.

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