Al llegar a casa, estoy a punto de correr a mi habitación cuando mi madre me detiene.
—No, ve a ver a tu padre primero —espeta, señalando hacia la cocina. La radio suena una melodía suave, pero queda ahogada por mi papá cantando mientras cocina. Lo que sea que esté cocinando hace que mi estómago ruja de anticipación.
—Ahora, Ellie —me recuerda mi madre, tamborileando el pie cuando no hago ningún esfuerzo por enfrentar a mi padre. Gimo, pero un gruñido de ella me hace moverme hacia la cocina.
No estoy preocupada por que él me castigue, como si eso fuera posible, soy su pequeña Calabaza. Me estremezco por el apodo que usa, pero si me saca de problemas, lo soportaré siempre que no lo use en público.
—Hola, Calabaza —me saluda mi padre cuando entro en la cocina.
Mamá entra detrás de mí, agarra una botella de agua del refrigerador y deja sus llaves en la encimera junto al microondas. Se recuesta, con la cadera apoyada en la encimera mientras nos fulmina con la mirada a los dos.
—¿No