S E G U N D O .

Capítulo dos. 

Némesis.

Despertó en una habitación que no reconocía, con el cuerpo cansado y entumecido.

Todo a su alrededor era lujoso, desde el lecho en el que estaba perfectamente acomodada y podría albergar a tres personas más, hasta las paredes altas de color hueso. 

Intentó levantarse con rapidez dispuesta a escapar pero una punzada en su mente la mando hacia atrás, los recuerdos comenzaron a llegar como ráfagas de un viento feroz.

Se veía a ella misma luchando con los Abassy, dejando todo su poder en libertad, no era suficiente las criaturas parecían ser más y más cada vez. Habían logrado rodearla, sintió las garras de la muerte tocándola con sutileza, recordó el último pensamiento dirigido a Sirio, su pueblo. Y luego lo sintió, esa masa de Luz moviéndose en su interior con vida propia, no la calmo, la dejo ir con un grito desgarrador. El bosque helado se baño en color plata, el aroma a carne quemada azotó el aire y luego su mente se apagó.

No sabía cómo había podido salir de allí con vida y mucho menos reconocía el ostentoso lugar en el que había terminado. En su mente un vago recuerdo pululaba, un aura en concreto, la empatía que solo un Beta podía poseer.

Pérdida en su mente pensó en Sirio. Cerro los ojos y se concentró tirando del vínculo mental que ella había puesto entre ambos, no hubo respuesta alguna. Intento una y otra vez cada segundo mas nerviosa. Nada.

Y hubiese seguido intentando si no fuera por los suaves golpes que rompieron el silencio. Automáticamente su mano se dirigío a la cinturilla del traje para extraer el puñal que siempre llevaba allí. No sé encontraba ahí, estaba completamente desarmada a merced de unos extraños en un lugar desconocido.

—Voy a pasar.

La voz resonó a través de la madera, era masculina y tan suave como una caricia relajante. Mucho antes de que el extraño ingresara a la habitación ella supo que se trataba de un Beta, el influjo de empatía chocando contra el cuerpo lo confirmo. La misma aura que sintió antes de perder la conciencia llegó hacia ella, el macho que estaba apunto de entrar era el responsable de su presencia allí.

Se abrió la puerta.

Un cuerpo macizo atravesó el umbral quedando frente a ella. El hombre aparentaba unos veinticinco años, los rasgos suaves casi aniñados brindaban una calidez reconfortante. Pero en las retinas oscuras no se veía más que tristeza y un pasado doloroso.

—¿Dónde estoy?.

—A salvo.

—¿Dónde estoy?.

Volvió a repetir la pregunta con más firmeza, traspasando al macho con una mirada hostil. El sonrió, mandando una ola de energía que le aflojó el cuerpo. 

“Malditos Betas y su empatía.”

Pensó, arrastrando lejos la calidez. No sé podía permitir bajar la guardia.

—Estas en la corte del fuego. Mi nombre es Bastián.

Frunció el entrecejo, ¿La corte del fuego?… Eso sólo significaba una Cosa, estaba en terrenos del Rey licántropo y si se encontraba allí el querría algo de ella. ¿Pero qué?…

—¿Qué quiere su Rey de mi?.

No paso por alto la mueca de Bastián ante su falta de respeto. Para ella aquel gobernador no era más que un bastardo arrogante, los había dejado a merced de la muerte sin importarle nada. Jamás le rendiría respeto.

— Averígualo tú misma, te están esperando. Sígueme.

Desconfiada he intrigada comenzó a caminar detrás de la espalda ancha, pasando por pasillos extensos con más riquezas de las que podría contar. Sintió ira, mientras en su pueblo intentaban sobrevivir el día a día con tierras infértiles, plagas mortales y criaturas peligrosas, en aquella mansión sobraba el dinero y la extravagancia. Apostaba que con una sola incrustación de oro que colgaba del techo podrían sobrevivir dos meses enteros sin problemas.

—Siento tu tensión. Nadie aquí te va a lastimar.

Bastián la observó por encima del hombro, la diversión bailando en sus orbes color carbón.

—Me he enfrentado a un ejército de Abassy sola. ¿A ti te parece que podría estar asustada de lo que veo?. Estás muy equivocado.

La espalda se le tenso, el había sido amable, pero Némesis estaba demasiado enfadada como para controlar su veneno.

— Pasa.— detuvo el andar frente a una puerta de roble, esmaltada con la tonalidad de la hojarasca en otoño.— Espero volver a verte.

Hizo una reverencia y tan pronto como llegó se fue dejándola confundida.

Tomando una respiración profunda agarró el picaporte en su mano sintiendo el frío metal en los dedos, lo giro abriendo la pesada puerta y entró.

Lo primero que sintió fue la calidez abismal de un cuerpo masculino y luego un aroma almizclado, dulce, que le quemo las fosas nasales.

Todo su cuerpo reaccionó al aroma, fuegos artificiales quemándole la piel.

Hasta que lo vio.

El cuerpo fibroso parado a unos metros más allá, un aura de poder legendario lo envolvía, el poder de uno de los primeros andróginos en pisar tierra. 

—Entra por favor.

Su voz fue una caricia lenta y sensual para los sentidos. Némesis obedeció cerrando la puerta y girándose nuevamente para analizarle el rostro.

Facciones duras que parecían haber sido cinceladas por los dioses, piel de alabastro cremosa con la tonalidad de la nieve más pura, nariz recta y aguileña, quijada mordaz, fuerte, letal. Y lo más sorprendente unos hermosos ojos profundos del más puro tono escarlata que parecieron revolotear al fijar la mirada en ella.

Némesis aún llevaba la capucha puesta cubriéndole las facciones, lo agradeció, el no pudo observar aquel momento de estupefacción al descubrir que el ser al que despreciaba era su Alma gemela, su otra mitad, la parte restante que le daría a su alma la plenitud de sentirse entera nuevamente.

Apretó los puños con rabia intentando serenarse.

—Toma asiento.

Señaló un mullido sillón ocre justo frente a él, solo el escrito de roble los separaba, con pasos cortos consumió la distancia sintiéndose pequeña cuando estuvo repasada en el asiento.

—¿Qué es lo que quiere de mi?.

Formuló la pregunta con rapidez, necesitaba salir de allí, encontrarse con Sirio, alejarse de el. Sabía que no podía oler su verdadera esencia, pero al parecer su cuerpo respondía al de ella. Lo supo cundo la repaso de arriba hacia abajo, las facciones teñidas de estupefacción.

—Necesito tú ayuda.

—¿Y porqué te la daría?. Tú haz dejado en el abandono a mi pueblo. Pobreza, hambre, muerte son las únicas palabras que conocen. ¿Y realmente tienes el atrevimiento de pedirme ayuda?.

Las palabras escaparon de su boca como un derrame furioso. El Alfa se tenso.

—Los estarías ayudando a ellos haciendo esta alianza. No te pido tu colaboración con el fin de ser el único beneficiado, ni yo, ni mi corte.

Némesis analizó las palabras con el ceño fruncido. La curiosidad flotando en su mente.

—¿Y en qué beneficiaria esto a mi pueblo?.

Lo observaba a través del velo negro, no pudiendo evitar la conexión entre sus Almas, el deseó flotando por el aire. Sentía que se quemaría si no lo tocaba, sino besaba aquellos labios jugosos y rojizos como manzanas dulces.

Y lo odio.

Odio el control que el lazo comenzó a tener sobre ella.

—Quiero que me ayudes a extinguir la raza de los oscuros.

Hubiera soltado la risa floja si no fuese por la seriedad en aquellos ojos que intentaban ver más haya del trozo de tela que la cubría.

Sus manos se movieron solas gobernadas por un deseo caliente, quería que el la mirase, quería que pudiera divisar su rostro y la extrañeza que había en el. 

Quito la capucha. Una cascada de risos plateados serpenteo desparramándose a sus lados, bajando hasta tocarle los muslos.

El aire pareció encenderse, como si alguien hubiese tirado un fósforo a un tanque con gasolina. Sintió orgullo al ver como el Alfa repasaba sus facciones con sorpresa y deseo.

Conocía muy bien lo que él observaba.

Cabellos de la tonalidad de la luna, piel lechosa y homogénea, facciones delicadas como las de una muñeca, y los ojos únicos color rosa claro.

—Eso es imposible.

Respondió, manteniendo bajo control las cuerdas vocales.

—Eso pensaba yo, hasta hace unos meses atrás.— la miró con profundidad antes de abrir un libro viejo y pesado frente a ella.— Existe una fuerza antigua, la flor de la luna la llaman. Al parecer esta planta está ubicada en montañas altas y vírgenes, por el día sus pétalos sé mantienen ocultos pero en la noche se abren absorbiendo la Luz lunar y con esto dones inimaginables. Se dice que es capaz de erradicar la oscuridad en cualquier criatura, dar vida pero también arrebatarla..

Embelesada Némesis observó el dibujo desgastado frente a ella, una pequeña y delicada flor, con pétalos rosas llenos de vida, exuberantes. Se veía majestuosa posada en lo que parecía ser la cima del mundo. Distraída olvidándose de todo paso sus dedos sobre el dibujo sintiendo la textura rugosa bajo las llamas, lo hizo con lentitud como si realmente tuviera entre sus manos aquella fuente de vida y muerte.

—¿Esto realmente existe?.

Pregunto, aún con las retinas fijas en el libro, aquella hermosa pintura le parecía vagamente familiar.

—La última vez que se supo de ella estaba en posesión de una familia poderosa como toda nuestra raza. Los dos primeros andróginos creados por la mismísima diosa. Hace cien años fueron encontrados sus restos perdiéndose con ellos uno de los primeros legados licántropos y cualquier indicio de la flor.

Cerro el libro de golpe haciéndola volver a la realidad. Parpadeo confundida mirándolo a los ojos. Pasando por el alto el tirón en su bajo vientre.

—¿Por qué yo?.

—Porque tú haz sido la única en enfrentarte a un aquelarre de Abassy y vivir para contarlo. Aún no entiendo cómo lo hiciste, realmente no sé qué eres, pero estoy seguro que tú poder es inmenso aunque lo intentes ocultar.

Le sonrió con calidez haciendo que el pecho le doliera, drogándola de emociones. 

Se obligó a controlarse, por muy encantador que pareciera aún sentía irá hacia el por lo que había hecho con su pueblo.

—No se de que estás hablando.

—Todos tenemos nuestros secretos, Némesis.— se paró del asiento con lentitud sin quitar la mirada de su rostro. Le tendió una mano que dudosa acepto. Cuando las pieles estuvieron en contacto siento que se había sumergido en una tina con agua hirviendo. —Mañana puedes darme tu respuesta, ahora ve a descansar.

Beso el dorso de su mano. Fue tan fuerte el choque de energía que tuvo que dar un paso atrás. No lo miro cuando casi corrió hasta la puerta para luego abrirla.

—Buenas noches, Némesis.

Quedó congelada en su lugar, no sabía como el estaba enterado de su nombre, solo se concentró en la manera en que lo entonaba, como un devoto dirigiéndose a una deidad.

Sonrió un poco aún de espaldas.

—Buenas noches, Magnus.

Y se marchó.

Más tarde esa noche acomodada sobre el esponjoso lecho no pudo evitar pensar en su pueblo, en Sirio.

Envío un tirón a través del enlace. Espero y espero.

Del otro lado no hubo más que silencio.

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