— La gente creerá que hay algo más entre nosotros — susurró Jazmín fingiendo una sonrisa, mientras caminaba a su lado.
— Estoy conteniéndome de no mandarlos a todos a la mierda, por ti, belleza — gruñó, mientras abría la puerta. Cuando pretendía cerrar la puerta, el bastón del abuelo, se interpuso —. ¡Padre!
— Quiero hablar con ustedes dos — manifestó, adentrándose al despacho —. ¿Por qué fingen que no se conocen?
— Para evitar más habladurías — respondió Jazmín.
— La única persona que puede protegerte de esa gente, es Leandro, hija. Debes convertirte en él — manifestó el anciano.
— ¿Tú me mandaste con él verdad? — el anciano asintió —. ¿Por qué?
— Estoy cansado de verte sufrir por culpa de otras personas, mereces que te respeten.
—Padre, quiero confesarte algo — él anciano sonrió.
— ¿Qué están saliendo? — Ambos abrieron sus ojos —. El anillo te delató.
— ¿Estás molesto?
— No. estoy seguro que tú cuidarás de mi florecilla — respondió el anciano —. Podrías dejarme a solas con