Desperté con la cabeza latiendo como si alguien estuviera tocando tambores adentro. No sabía si era por el insomnio o por tantas lágrimas… pero el resultado era el mismo: agotador.
Las sábanas pesaban como si estuvieran hechas de concreto. La luz atravesando mis párpados me obligó a rendirme. Fingir que dormía ya no tenía sentido.
Estiré el brazo, buscando el calor al otro lado de la cama...
Nada.
Abrí los ojos de golpe. El espacio a mi lado estaba intacto. Frío. Como si él nunca hubiera estado ahí.
—Genial —murmuré—. Otro acto de desaparición del gran Daylon.
¿Y el abrazo de anoche? ¿Las palabras? ¿Ese “Estoy aquí”?
¿Me lo imaginé todo? ¿O fue una promesa de esas que solo duran mientras estás medio dormida y vulnerable?
Sentí una punzada en el pecho. Rabia, tal vez. No sabía si tenía derecho a sentirla… pero estaba ahí, ardiendo.
Agarré el celular. Un mensaje nuevo brillaba en la pantalla:
> “No quise despertarte. Ocurrió una emergencia en la empresa.”
Claro. La clásica.
¿No que habí