La tarde se nos fue en un abrir y cerrar de ojos. Estaba disfrutando tanto del momento que estábamos compartiendo juntos que, cuando llegamos al hotel, me di cuenta de todo lo que me había hecho comprar y no había tenido espacio ni para negarme. No tuve más opción que mirarlo con una sonrisa divertida en los labios en lo que él alegaba que me dejara consentir y no discutiera más.
Dejé todo sobre la cama y alisté el vestido y los tacones rojos para la cena. Sentía que esa noche sería especial, y qué mejor que usar ese vestido que de solo mirarlo me reventaba el corazón al recordar ese delirante beso que me dio en el probador.
Y claro, ese otro que le siguió. Aunque un poco tímido y recatado de mi parte, fui capaz de dárselo y sorprendernos a los dos.
No tenía mucho tiempo porque la hora de la cena estaba próxima a dejarnos fuera de alguna reserva que nos obligaba a ser puntuales.
Me metí al baño y me di una ducha refrescante, luego, con esa misma ansiedad y calma, salí para al fin pone