No noté en qué momento me quedé sola. En algún punto Sabine se fue, entre la tormenta, la torrentosa lluvia y el viento que agitaba violentamente los pinos, lanzándome hojas secas a la cara.
—¡Hannah!
Alcé la mirada del papel, ya despedazado por el agua, y miré a Nathan corriendo hacía mí desde la casa. Su figura corría bajo una cortina de potente lluvia, buscando llegar a mí. Pero yo no tenía tiempo para esperar su ayuda, las declaraciones de Sabine inundaban mis pensamientos y bloqueaban toda razón. Con una mano en la espalda y una mueca de esfuerzo, me levanté de la silla y me dirigí a la casa.
—Hannah, ¿qué haces? —me encontré con Nathan, pero pasé de largo a su lado—. No deberías esforzarte...
Intentó apoyarme, pero yo lo aparté de mi camino y entré a la casa, empapada hasta los huesos. Sin detenerme, subí las escalinatas hasta mi habitación y busqué mi celular entre los cajones de la cómoda al lado de la cama. Cuando lo tuve en mis temblorosas manos, marqué el numero de mi esposo