Cuando Ángel dijo “larga e íntima relación”, supe que me acababa de poner en un desagradable aprieto, porque Adam malinterpretó esas palabras apenas salieron de su boca.
Sus dedos se clavaron en mis costillas cuando me aplastó contra su costado y sus facciones se endurecieron.
—Eso no lo sabía —incluso la voz le cambió, se volvió un témpano helado—. ¿Le importaría decirme qué significa eso?
Traté de intervenir.
—Por favor, no creas que este tipo y yo...
Adam bajó los ojos y me silenció. Estaba tan furioso que tenía una expresión sombría e inmisericorde.
—Seguro Nana se lo dirá...
Cuando Ángel me llamó así y Adam lo oyó, sus rasgos se crisparon al instante.
—¿Por qué llevan el mismo apellido? —insistió con voz profunda y lacerante—. ¡Dígamelo de una vez!
Pero, contrario a los deseos de mi esposo, Ángel se encogió de hombros y sacó de sus bolsillos traseros una tarjeta, que deslizó en la mesa antes de caminar hacia el interior de la cafetería.
—Aquí está la dirección donde he trasladado