Me sentí muy aliviada después de decirle a mi esposo sobre la existencia de mi mamá y la manera en que ahora estaba por morir. Adam fue sumamente comprensivo, más de lo que yo había esperado, y nunca emitió ningún juicio o crítica en contra de ella y el sida que contrajo por llevar una vida de absoluta ninfomanía. Le hablé sobre mi encuentro con Ángel, la forma en que ese hombre encontró a mi mamá en un centro de cuidados para enfermos terminales y el acuerdo al que habíamos llegado para moverla a un sitio mejor, para que tuviese un final digno.
—¿Cuándo nos contactará? —inquirió, de verdad preocupado por la situación.
Me levanté de la mesa y fui a su lado para darle un beso en la mejilla. Hablar del tema abiertamente no solo me había demostrado su apoyo, sino que incluso había dejado esos asfixiantes celos recientes a un lado, para enfocarse en mi situación con mi mamá.
—Seguramente pronto. Entonces quiero que vayamos juntos a verla.
Pero por más de un mes, Ángel no volvió a aparecer