—¿Estás embarazada?
Mi mirada, antes excitada, se desplazó con pesar a la prueba de embarazo que sostenía en una mano, y tragué saliva sin remedio. Incluso antes de decir que, si y explicar que yo misma acababa de enterarme, Adam se río con emoción incrédula y me rodeó en un poderoso abrazo de oso.
En la encimera del lavabo del baño, mi esposo me estrechó con una dicha desmedida.
—¡Dios, que sorpresa tan increíble, amor!
Me llenó el rostro de besos y volvió a ver las dos líneas en la prueba, meneando la cabeza y finalmente buscando mi boca. Plantó en ella un intenso beso, cargado de amor y alegría.
—Me has dado un maravilloso regalo, amor. Gracias —sonrió contra mis labios, dejando la prueba a un costado para envolverme y apretarme en su pecho.
Contrario a él, yo no compartía la misma emoción. El saber que le daría otro hijo a mi esposo, sabiendo lo que había en su cabeza, no me gustaba demasiado. Había imaginado que, llegado el momento, un nuevo bebé llegaría después de una meticulosa