Irene no solo se lanzó a sus brazos, sino que también apoyó su mejilla en su pecho y agarró firmemente los hombros de Diego. Parecía que tomaba la iniciativa para entregarse.
Diego la sostuvo por la cintura, que era estrecha y delicada, evitando que se cayera.
Irene encontró un punto de apoyo y finalmente logró mantenerse firme sobre sus pies. Sin embargo, se dio cuenta, un poco tarde, de que en el agua sus piernas también estaban pegadas a las de Diego.
Intentó apartarlo y retroceder un par de pasos, pero detrás de ella había una pared de roca. Diego avanzó un paso más y bajó la cabeza para mirarla, atrapándola entre la pared y sus brazos.
Diego la observaba, apenas capaz de controlar sus emociones. El ambiente romántico y nebuloso del lugar ya era suficiente para provocar pensamientos intensos. Además, el contacto físico tan cercano despertaron recuerdos en él.
Tantos momentos íntimos, tanta cercanía; esos recuerdos lo habían acompañado noche tras noche sin dejarlo dormir.
Ahora, la