Irene no miró atrás. Diego caminaba a su lado.
—Te acompañaré. La seguridad aquí no es tan buena como en nuestro país; no me gusta que camines sola.
A lo largo del camino, Irene casi no dijo nada.
Diego siempre había sido el centro de atención, acostumbrado a estar en una posición alta, y no tenía experiencia en humillarse ante otros.
Irene guardaba silencio, y él intentó iniciar varias conversaciones, pero ella no respondía, lo que forzaba a Diego a contener su enojo. Cuando Irene finalmente llegó al instituto y se preparaba para entrar, él la retuvo.
—Al menos, dame alguna respuesta.
—Ya te dije que lo rechazo. Señor Martínez, vuelve a tu país; no gastes tu tiempo conmigo. —Irene lo miró.
Diego frunció el ceño, sintiendo que ella estaba siendo irracional, pero se contuvo y dijo:
—Si quieres disfrutar del placer de ser cortejada, te lo daré. Entiendo que las chicas son vanidosas.
Irene sonrió y lo miró con una mirada irónica antes de entrar al instituto.
Durante los tres días siguient