Irene no quería estar sola con él. Los demás, al ver el mal humor de Diego, tampoco se atrevían a decir nada y comenzaron a salir de la habitación uno por uno.
También había quienes sentían que, con el rostro y la figura de Irene, no podrían divorciarse. Ni siquiera sabían cuán hermosa debía ser el primer amor del señor Martínez para dejar a una dama tan bella.
Solo Pablo no se movió. Miró a Irene y luego a Diego.
—Diego...
—¡Lárgate! —dijo Diego, con una expresión de hierro.
El rostro de Pablo tampoco se veía bien. Sus labios se movieron, pero al final se levantó y se fue. Aunque él y Diego eran buenos amigos y habían crecido juntos, en términos de familia, la familia Pérez era un poco inferior a la familia Martínez. Frente a la fuerza, Diego tenía la última palabra.
Él nunca permitía que nadie se opusiera a sus opiniones. Era así con sus hermanos y mucho más con Irene.
Cuando todos se fueron, la habitación quedó en silencio de repente. Irene no quería siquiera sentarse; se paró detrá