Me colocan, como siempre, en el contenedor. Un armazón diseñado para canalizar mi energía hacia el obelisco. Conozco el proceso de memoria. Dolor, lágrimas, gritos que desgarran lo poco que queda de mi voluntad… y luego, el vacío.
Pero esta vez es diferente.
Retiran el casco que cubre mi rostro, y la luz me ciega de inmediato. Llevo tanto tiempo en la oscuridad que parece que la luz quema mis ojos. Apenas puedo abrirlos cuando una silueta familiar aparece ante mí. Su voz es inconfundible.
—Sáquenla de ahí ahora. Es una orden directa.
Liam.
Intento moverme, entender lo que está pasando, pero no puedo. El cuerpo simplemente no responde. Solo puedo oír el intercambio.
—Lo siento, pero no puede salir. Esas son mis instrucciones.
—¿Tus instrucciones incluyen que muera? Porque si no es así, vamos al hospital ahora mismo.
Las voces se desvanecen. Apenas soy consciente cuando me trasladan. En la sala de revisión, todo lo que oigo es al médico enumerando las consecuencias: atrofia muscular, des