El palacio entero se vio sacudido. El Rey y la Reina sintieron de inmediato la explosión de poder; mis hermanos no tardaron en correr hacia la fuente, temiendo lo peor.
Cuando entraron en la sala, lo que encontraron fue claro:
Mi cuerpo envuelto en una esfera de energía pura.
A mi lado, el capitán Falkor, intentando contener ese poder desatado.
—¡Está intentando escapar! No debimos sacarla del contenedor —gritó él, apresurándose a disfrazar su traición con una falsa justificación.
Las órdenes no tardaron. Todos se preparaban para atacar.
Pero entonces, Alena desató un pulso mágico devastador.
Una onda de energía silenciosa que explotó en mil fragmentos de luz.
Las ventanas del palacio estallaron. Todos en la habitación cayeron aturdidos por la fuerza del impacto.
Aprovechando el caos, mi cuerpo, aún en trance y rodeado por la esfera de poder, salió volando por la ventana.
Mi subconsciente —o tal vez la voluntad de mi hermana— sabía a dónde debía ir: el obelisco.
Si llegaba a él, pod