Mientras Génesis luchaba con fiereza para proteger a su jinete, los lamentos descendían en masa. Andrómeda comenzaba a recuperar la conciencia, pero sus heridas eran graves y le impedían moverse. Rodeada y sin energía, vio cómo Génesis estaba a punto de caer... hasta que una figura irrumpió entre los lamentos.
Era Kaleb.
—Debes seguir —le dijo, ayudándola a incorporarse—. Génesis, llévala al obelisco —ordenó mientras blandía su espada contra los enemigos, abriendo una brecha para su escape.
Una vez más, todos quedaron atrás. Génesis y Andrómeda se acercaban al escudo de la ciudadela, pero los ataques no cesaban. Olimpia las seguía de cerca, y sus ofensivas eran cada vez más brutales. Andrómeda, aún debilitada, percibió un nuevo ataque cercano y activó una barrera con ayuda de las seinarun, protegiéndose a sí misma y a Génesis.
Las explosiones de Olimpia se desencadenaban en cadena, arrasando con todo a su paso, con el único objetivo de impedir que Andrómeda llegara al obelisco.
Entonc