Dicho esto, Andrómeda caminó con firmeza hacia el castillo, atravesando la multitud. Muchos aún dudaban de su legitimidad, pero portaba la corona y, en su piel, las marcas sagradas del juramento de los soberanos, las mismas que Pandora había llevado cuando fue reina.
Frente a las puertas del castillo, se detuvo por un instante. Aún le costaba creerse reina. Recordó el día en que Liam la llevó prisionera, cómo había entrado esposada, juzgada como criminal y asesina. Pensó en su hermana, que la apoyó durante su encarcelamiento, y en todo lo que había superado desde entonces.
―¿Está todo bien, majestad? ―la voz la sacó de sus pensamientos. Al voltear, vio a la Reina Celessi y al Rey Celegorm, presentes como representantes de sus respectivos reinos.
―Ahora sí. Todo está bien. ―respondió Andrómeda con una sonrisa segura.
Ingresó al castillo, seguida por soldados que ahora confiaban en ella. Sabían que su reina era poderosa, pero también justa y benévola. Frente a ellos se extendía un nuevo