El invierno había quedado atrás, cediendo el paso a una primavera incipiente. Los vientos fríos aún luchaban por prevalecer, pero ya se mezclaban con la promesa tibia de una nueva estación.

—¡Te ves bellísima, hija! ¿A que sí, Samuel? —exclamó Luciley, con la voz rebosante de orgullo, mientras Yalens bajaba las escaleras.

La joven llevaba un espléndido vestido de color crema, con la parte superior en una translúcida tela de malla con intrincados bordados de flores y perlas. El estilo halter y el profundo escote en la espalda resaltaban su figura, para luego caer en una falda fluida que llegaba hasta sus tobillos. La combinación con unos tacones de correas del mismo color era armoniosa y elegante, y dejaba al descubierto sus nuevos tatuajes en el brazo derecho.

—Sí, ella siempre luce hermosa, señora Lucy —respondió Samuel, cerrando la mandíbula que se había desencajado levemente al verla.

—Me van a hacer sonrojar. ¡Tú también te ves muy bien, Sam! —dijo Yalens.

Con su figura alta,