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Cuando Giselle, la asistente de Maximilian, entró a la oficina, sus ojos se clavaron directamente en el desastre del suelo. No supo qué decir. No tenía idea de lo que había ocurrido, pero algo malo había pasado. Al final, solo pensó que era mejor guardar silencio y mantenerse al margen, sin preguntar. Eso no quitaba el hecho de que estaba completamente perpleja.

—Señor Schneider, le diré de inmediato al personal de limpieza que venga a limpiar todo esto.

—Descuida, Giselle, solo es un teléfono roto. Yo mismo me encargaré de limpiar eso.

Giselle quedó aún más desconcertada, pero no contradijo las palabras de su jefe.

—Como ordene, señor. En ese caso, y si no necesita nada de mí, entonces me retiraré.

Él no dijo nada más y ella se retiró de la oficina. Afuera, el incidente le seguía dando vueltas en la cabeza. No entendía cómo un teléfono había terminado roto justo después de que Amelia entrara a la oficina de su jefe. Abrió la boca asombrada al pensar que quizás ellos habían discutido,
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