La mañana avanzaba y Amelia, con esfuerzo, lograba sumergirse en sus tareas pendientes. Al principio, su mente era un torbellino, pero poco a poco, las piezas comenzaron a encajar, permitiéndole concentrarse por completo. Un suspiro de alivio escapó de sus labios al culminar su primera actividad del día, justo cuando Giselle irrumpió en su oficina.
—Lo siento mucho, señora Williams. Lamento la interrupción, pero toqué la puerta unas cinco veces sin recibir respuesta. Por otro lado, el señor Schneider la espera en su oficina; necesita comunicarle algo.
—¿De nuevo? Entendido, ya voy. Gracias por avisarme, Giselle.
Mientras Giselle se retiraba, la mente de Amelia se inundó de preguntas sobre la verdadera conexión entre su jefe y ella. A pesar de intentar convencerse de que solo eran colegas, una punzada en su pecho le decía que algo más profundo, algo emocional, los unía. Sacudió la cabeza, tratando de disipar esos pensamientos intrusivos.
Por segunda vez, Amelia se encontró en la oficin