A la mañana siguiente, la luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de la lujosa cocina, creando un ambiente cálido y acogedor. Amelia bajó las escaleras con un ligero temblor en su interior, aún sintiendo el eco de la revelación del día anterior. Se encontró con Marcus, quien ya estaba en la mesa, disfrutando de un café humeante y revisando unos papeles. Al verla, levantó la vista y le sonrió.
—Buenos días, Amelia. ¿Cómo te sientes hoy? —inquirió, su voz resonando con un tono suave y amistoso.
—Buenos días, Marcus. Me siento bien, gracias —contestó ella, intentando ocultar la ansiedad que aún la envolvía.
Marcus la observó con atención, notando el brillo en sus ojos y el ligero nerviosismo que la acompañaba. Recordando la tristeza que había visto en ella el día anterior, su expresión se tornó seria.
—¿Has tenido tiempo de procesar lo que me dijiste sobre los trillizos? —inquirió, su interés genuino evidente.
Amelia tomó una respiración profunda, sintiendo que