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El hombre llegó a su piso, cegado por la ira que lo dominaba. No podía evitar sentirse traicionado y como un perdedor. Odiaba con todo su corazón que ella se hubiera marchado con lo suyo, pero no quería buscarla; tenía la certeza de que ella regresaría suplicando a sus pies por una oportunidad. Con ese pensamiento arraigado en su mente, decidió no ordenar su búsqueda.

Laura se presentó en su campo de visión, con la expresión afectada y su semblante pálido como un papel. Era evidente que estaba asustada y nerviosa por las repercusiones de las decisiones de Amelia y por su propio error.

—Señor Schneider, no creí que algo así me pasaría, pero ha ocurrido y es mi culpa. Si tan solo no hubiera dejado las llaves visibles para ella, estoy segura de que Amelia no se hubiera ido.

—¿Acaso sabías sobre sus planes de huida? Si ese no es el caso, entonces no deberías sentirte culpable. Es cierto que cometiste el error de olvidar las llaves, pero de todos modos ella planeaba irse a como diera lugar
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