La sala de espera parecía más pequeña ahora, como si las paredes se acercaran con cada segundo de silencio. El aire estaba cargado de tensión, denso por las palabras no dichas y las miradas evitadas.
Simón cruzó los brazos, su mirada fija en el suelo mientras su mente navegaba entre recuerdos, arrepentimientos y una punzada constante que no podía ignorar.
Cada vez que veía a Natalia y a Keiden juntos, algo se agitaba en su interior. Era un torbellino de emociones: celos, dolor y una sensación de pérdida que no podía nombrar.
¿Qué estaba haciendo allí? Seguía sintiendo esa punzada cada vez que veía a Natalia con Keiden. ¿Acaso era una especie de masoquista?
—Simón, puedes irte a casa si quieres. No tienes que quedarte aquí —dijo Graciela, rompiendo el silencio con una voz suave pero firme.
Simón levantó la cabeza y negó con un movimiento lento.
—No. Me quedaré un rato más. Quiero saber cómo está Roberto —respondió, evitando la mirada inquisitiva de Natalia.
Natalia lo observó por un