2. ¡Lárgate de esta casa!

Minutos más tarde, después de sobornar a la recepcionista del hotel para que le facilitara el número de la habitación, tomó el ascensor y se plantó en el piso indicado. Tomó el pomo entre sus manos que ahora sudaban y temblaban de rabia, dolor, de sentimientos encontrados… y abrió.

La escena fue lo más escalofriante que hubiese presenciado jamás en su vida.

El cuerpo de su mujer, ese que tantas veces había tocado… poseído como un salvaje, estaba completamente desnudo sobre las sábanas, sudando de saciedad, felizmente dormida, y a su lado, el vicepresidente del corporativo también reposaba.

¡Hijo de…! Quiso gritarle, quiso tanto arrancarle las extremidades, una a una, hasta que colapsara de dolor, de sufrimiento… del mismo que él estaba sintiendo en ese momento.

De esa sabandija podía esperarse cualquier cosa, pero, ¿de ella? ¡De ella no!

Negó con la cabeza, y asqueado, salió de allí. Ninguno de los dos valía tanto la pena cómo para formar un escándalo, pero que les quedara claro que eso tampoco iba a quedarse así, los dos estaban acabados y pagarían el daño, sobre todo ella, quien suponía, bajo el juramento que hizo en la iglesia cuando contrajeron matrimonio, le debía lealtad y respeto; lo mismo que él le había entregado desde que se conocieron, dejando a un lado todas las mujeres que intentaron cazarlo sin resultados. Así que no solo le exigiría el divorcio, sino que se tendría que largar de su vida de la misma forma en la que había llegado, sin nada, seguro estaba, como que se llamaba Cassio Garibaldi.

Más tarde de esa terrible pesadilla, Kathia tomaba un taxi a casa mientras todas las llamadas a su esposo la enviaban al buzón.

— ¿Cassio…? — llamó a su nombre con la voz pastosa. Necesitaba saber por qué él no se había presentado al hotel en el que la había citado. Estaba desconcertada y triste, aunque debía haber una explicación. Él jamás la hubiese plantado así por así.

Todo estaba en penumbras y en completo silencio, a excepción del despacho. Allí se dirigió porque sabía que lo encontraría. Tan pronto entró, él la recibió con una expresión que jamás esperó ver en su rostro. Todo estaba hecho un caos a su alrededor.

— Cassio… ¿qué es todo esto? — intentó acercarse, preocupada. ¿Habían asaltado la mansión?

— Ni un paso más — le dijo con tono frío, autoritario.

Kathia pasó un trago y se quedó paralizada por varios segundos. Horrorizada. El rechazo de su marido acababa de ser por demás esclarecedor.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué me hablas así? — preguntó quedamente.

— Emira ya tiene todo tu equipaje listo — le informó, todavía a una distancia prudente. No la quería ni medio metro cerca —. Mi abogado te hará llegar los papeles del divorcio mañana a primera hora.

El corazón de Kathia marchó a un ritmo desbocado. ¿Divorcio…? Negó, más confundida que antes.

— ¿Qué…?

— Ay, por favor, no me hagas repetirlo, tampoco quiero teatro ni escándalos de ningún tipo — bebió amargamente un sorbo de su trago y le dio la espalda. Una lágrima se derramó por su rostro mientras perdía la mirada a través de la ventana —. Firmarás y saldrás de mi vida de forma inmediata, justo como llegaste, sin nada.

— Cassio, no entiendo. ¿De qué estás hablando? — rodeó el escritorio que se interponía entre ella y su esposo y buscó sus ojos con el alma apabullada —. ¿Por qué me estás diciendo todas estas cosas?

Él la miró de forma incluso tenebrosa, tanto, que la mujer casi sentía que se reducía a nada. Cassio nunca le había hablado de esa forma, ni siquiera cuando estaban discutiendo por cualquier cosa.

— No seas descarada, Kathia, por amor a Dios. ¡Ten un poco de vergüenza!

— ¡Deja de faltarme el respeto y dime qué diablos te ocurre! — exigió, y para ese punto, sus ojos estaban inundados de lágrimas — ¿Por qué me hablas de esa forma? ¡Soy tu esposa!

— ¡Mi esposa! — bramó, ya exasperado, iracundo. De verdad que no podía con tanto descaro… con tanto dolor — ¡¿Y qué es lo que hace mi flamante esposa a mis espaldas, eh?!

— Cassio… — sollozó, agotada.

— ¡Responde, m4ldita sea! — reclamó y ella solo pudo guardar silencio y negar con la cabeza — ¡¿Quieres que sea yo quien te lo diga?! ¡Bien! ¡Esto es lo que hace mi esposa mientras yo pensaba en un jodido futuro con ella!

Abrió el cajón de mala gana y sacó varios papeles, los aventó sobre el escritorio y luego los señaló para que ella los tomara.

— ¿Qué es eso…? — logró preguntar apenas. Su voz rota ya no lo permitía más.

Tomó los papeles entre sus dedos que temblaban y leyó, horrorizándose con cada línea. ¡Con cada mentira! Y las fotos. Dios… sintió repulsión. Esa no era ella, por supuesto que no… pero eso era algo que el hombre que amaba si creía. Su vista empañada lo buscó.

— Cassio, no, yo…

— Cállate — le pidió, contenido. Él estaba sufriendo.

— Déjame explicarte, por favor, esto…

— Kathia, cállate — le volvió a pedir, dolida por su comportamiento, por creer que de verdad esa era ella. Y aunque lo parecía, seguro habría una explicación.

— Cassio…

— ¡M4ldita sea, Kathia, solo cállate! — exigió, enfrentándola. Colérico. Impotente.

Mientras tanto, ella lloraba y solo buscaba defenderse con apenas las fuerzas que le quedaban para hacerlo.

— Tienes que dejar que te explique — pidió suplicante. Resultaba increíble tener que rogar a su esposo para ser escuchada —. Esto… Dios, esto es un error, te lo juro, y las fotos, Cassio, mi amor…

Él soltó una carcajada amarga, indignado. ¡No podía más con tanto! ¡Iba a estallar!

— ¡¿Mi amor?! ¡Qué sinvergüenza eres! ¡¿Y sabes qué es lo peor de todo esto?! — la miró desdichado, como si ella no valiese lo que él había creído todo ese tiempo — ¡Que yo también creía que se trataba de un error! Pero el único error aquí fuiste tú… este matrimonio — concluyó con voz baja, ya cansado.

Kathia, al escucharlo decir tales aberraciones, gimió de dolor y retrocedió un par de pasos. Se negaba a creer que detrás del hombre cariñoso y dulce se haya escondido por tanto tiempo su verdadera cara. Lo desconocía en su totalidad.

— No digas cosas de las que te puedes arrepentir — le dijo destrozada, sobre todo, porque ese era el hombre que ella amaba.

Cassio negó con soberbia.

— De lo único que me arrepiento en esta vida, es de ti, Kathia, así que te voy a pedir que te largues ahora mismo de esta casa, y si todavía te queda un gramo de dignidad, nunca vuelvas. ¿Me has escuchado? ¡Nunca! — ladró, asqueado — ¿Cómo no pude darme cuenta antes? Francesca tenía razón…

— ¿Francesca? — enarcó las cejas y sonrió sin alegría — ¿Es ella la que te ha metido todas estas ideas a la cabeza? ¡Nunca me ha querido, Cassio, lo sabes!

— ¡Y con justa razón! ¡Me lo advirtió! ¡No eres más que una…!

Ella lo silenció con una bofetada que no supo a quién de los le dolió más. Jamás pensó llegar a tales extremos.

Cassio tensó la mandíbula y la miró con rabia contenida.

— Lárgate de esta casa antes de que diga cosas que no podrás soportar escuchar, Kathia. Ah, y no te preocupes, no levantaré cargos en tu contra. Considéralo como lo último que voy a hacer por ti. ¡Ahora, fuera de mi vida!

Con el corazón lleno de coraje, Kathia alzó el mentón y le clavó la última mirada de amor que volvería a tener de ella, y le dijo, desde lo más profundo de su alma, que él y su hermana se podían ir al mismísimo infierno.

Salió de allí con lo poco que le había entregado la empleada del servicio y con lo mismo que había llegado hace tres años. Fuera llovía a cántaros y ningún auto quería llevarla, ni siquiera el chofer de la mansión que solo bajó la cabeza y se disculpó con el argumento de que solo estaba cumpliendo órdenes de su esposo.

Después de caminar varios kilómetros, con una pequeña maleta arrastrándose por el charco, llegó a un hostal de mala muerte que tenía solo una pequeña habitación disponible y que eso a ella le parecía más bien un sótano, pero afuera estaría peor, así que no pudo quejarse y la aceptó.

Se tumbó en la cama hecha un ovillo y lloró hasta que amaneció. Para la primera hora del día, con los ojos hinchados y el recuerdo de las palabras de Cassio impregnadas en cada uno de sus poros, se presentó ella misma en la oficina de su abogado y firmó los papeles del divorcio.

Esa fue la última vez que se vieron las caras, y sin dar marcha atrás, compró el primer boleto de avión que encontró y se marchó… dejándolo todo atrás.

Más tarde, ese mismo día, todavía devastada, no creía que podía sentirse peor; sin embargo, la prueba de sangre que se había hecho un par de días atrás únicamente para descartar sospechas, le demostró que un “positivo”, a través del e-mail que le mandó su doctora de confianza, la uniría por siempre al hombre que amaba y odiaba al mismo tiempo con todas sus fuerzas.

Estaba embarazada.

Embarazada de su hijo…

Rompió a llorar presa del pánico.

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