3. Iba a recuperarla… y a suplicar perdón

Han pasado cuatro años y medio desde entonces y Cassio no ha sabido cómo diablos dar vuelta a la página. Tantas mujeres a su entera disposición — aunque a cada una de ellas haya rechazado sin piedad —, tantas noches de alcohol; de agonía, tantas noches en vela… y nada conseguía borrar de su corazón el recuerdo de la única mujer que había amado: Kathia Scuderi.

Cuatro años y medio sumido en una constante soledad; cruda miseria. Y parecía no haber forma de sacarse a sí mismo de allí… no sin ella.

Y es que desde Kathia firmó los papeles del divorcio y cumplió su promesa de no volver a cruzarse en su camino ni por asomo, no había vuelto a ser el mismo, y contrario al hombre que solía ser en esos otros tiempos, ahora transitaba por la vida sin apegos ni emociones.

Frustrado, solo era así como vivía la vida.

Todavía podía recordar con amargura ese día, cuando llegó a casa siendo un hombre divorciado. Lo observó todo con un enorme vacío instalado en el centro de su pecho y furioso comenzó a aventarlo todo, completamente descompuesto, fuera de sí.

Desde ese momento, todo se convirtió en oscuridad para él. Se comportaba de manera fría, distante, incluso los empleados, tanto de la mansión cómo de la empresa, temían que en algún punto sus trabajos peligrasen. Cassio Garibaldi, simplemente, era un la sombra del hombre que jamás volvería a ser.

Hasta que un día… no supo si la vida le dio una nueva oportunidad o se trataba únicamente de un castigo, porque uno de los cómplices de aquella hazaña en la que su ex mujer, sin saberlo, fue la principal víctima, no pudo más con el peso de la culpa y tuvo que confesar que había sido sobornado por una fuerte cantidad de dinero para que mintiera.

— ¿De qué diablos estás hablando, Eric? — exigió Cassio saber, exhausto, sin ánimos. En ese punto de su vida no estaba para juegos, mucho menos para bromas de ese tipo.

El hombre del otro lado del escritorio tomó una respiración profunda, consciente de que una revelación cómo esa podía enviarlo directo a la cárcel por quien sabe cuántos años; sin embargo, no le importaba. Había cometido un error, y aunque probablemente eso no enmendaba el daño causado, sabía que estaba haciendo lo correcto.

— Observa, por favor — le pidió, señalando la pantalla de su propio ordenador.

Cassio entornó los ojos, y sin comprender todavía de que se trataba toda aquella tontería, obedeció. Segundos más tarde, una foto apareció frente a sus ojos.

La misma foto qué…

Se incorporó con los puños apretados.

— ¡¿Por qué diablos me muestras esto?! — gritó, furioso. ¿Cómo se atrevía a remover el pasado? ¿Cómo…?

Eric, que había imaginado esa sería su reacción, tomó una respiración profunda y suplicó que por favor prestara atención a los detalles, que era importante.

— ¡Lárgate de aquí ahora mismo!

— Cassio…

— ¡Seguridad!

En menos de nada, hombres entraron y trataron de sacarlo a la fuerza, pero este fue más rápido y se zafó de ellos.

— ¡Cassio, todo fue una mentira! — confesó en voz alta para que no quedaran dudas.

El Garibaldi se quedó en silencio por un segundo y luego hizo una seña a los guardias para que se retiraran. El hombre volvió a tomar asiento, esta vez más calmado, a excepción de Cassio, que parecía que se lo llevaba el diablo.

— Explícate de una jodida vez, y sin rodeos.

— Necesito que lo veas con tus propios ojos.

Cassio se mesó el cabello. ¡¿Por qué estaba haciéndolo revivir algo así después de tanto tiempo?! ¡¿Por qué infiernos…?! De pronto, la fotografía volvió a capturar su atención, y de a poco, fue observando como esta se desdibujaba para entonces mostrar, nuevamente con calidad, la misma imagen que acabó con su matrimonio, solo que esta vez, el rostro de Kathia… era otro.

— ¡Exijo que me expliques que carajos es esto! — gritó enérgico, aunque con temor, pues era lo suficientemente inteligente como para imaginar lo que significaba una imagen como esa.

Retrocedió, negando.

— Lo siento mucho, Cassio, de verdad lo siento… — musitó el hombre, completamente arrepentido de haberse dejado comprar por un fajo de euros —. Y sé que una disculpa a estas alturas es demasiado tarde, pero necesitabas saber la verdad. Tu mujer nunca te engañó.

Una risa histérica brotó de la garganta del aludido.

— Me estás jodiendo — Inhaló con dificultad, pera ese segundo ya le era casi imposible respirar — ¡Me estás malditamente jodiendo!

Eric se pasó la mano por el rostro y negó con demasiada vergüenza.

— Me gustaría decirte que lo es, te lo juro, pero no, y aunque nada de lo que diga justifica mis acciones… lo hice porque mi hija en ese entonces necesitaba una operación muy costosa y…

— ¡Hijo de put4! — con la sangre corriendo de forma vertiginosa por su torrente, Cassio lo sujetó del cuello de la camisa y lo comenzó a zarandear — ¡¿Tratas de decirme que todo este tiempo creí que la única mujer a la que he amado era malditamente inocente?! ¡¿Y qué te sobornaron?! ¡¿Quién fue?! — Eric parpadeó. Cassio estaba en descontrol — ¡Habla pedazo de cabrón! ¡Habla o voy a…!

— ¡Maurizio! — confesó — Él ya había llegado con las fotos editadas, y como sabía que irías a buscarme para comprobar si eran reales o no… yo solo debía mentir.

Cassio soltó al hombre y clavó las manos en el escritorio. ¡Todo había sido una trampa… y él había caído sin más!

Oh, Kathia, mi amor… lo siento tanto. Pensó entre lágrimas.

— ¿Qué más sabes de todo esto? — preguntó, dándole la espalda, intentando serenarse, pero eso era algo que no iba a conseguir hasta tener todos los cabos atados — ¿Había más gente involucrada?

— Es lo único que sé, lo juro, pero es muy probable, porque ese día llamó a alguien y dijo que el trabajo ya estaba hecho.

¡¿Quién?! ¡¿Quién además de ese imbécil podía querer hacerle algo así?!

Pero lo averiguaría… por supuesto que sí. Nadie se burlaba de Cassio Garibaldi dos veces, y entonces, pagaría un precio demasiado grande, tan grande como el amor que todavía sentía por su ex esposa… esa de la que no debió jamás divorciarse.

Nunca pudo averiguar si Maurizio había tenido que ver con el intento frustrado de desfalco de la empresa, pero ahora no le quedaban dudas y tan solo debía obtener suficientes pruebas en su contra para enviarlo a la cárcel.

Salió de allí dispuesto a todo, y sin confiar en nadie más que en él mismo, hizo todo lo que creyó necesario para primero dar con el paradero de Kathia, nada en ese momento le importaba más que ella, el resto, lo resolvería luego. Y después de un arduo trabajo de más de tres meses, y gastar una pequeña fortuna de dinero, la agencia que contrató le tenía una respuesta definitiva.

Kathia se había ido a la costa Amalfitana ese mismo día posterior a la firma. Toda la información de su vida estaba detallada en aquel informe, pero no quiso perder el tiempo leyendo, porque nada de lo que allí dijera, hubiese rehecho su vida o no, le iba a impedir que la recuperara.

— Laura — llamó a su secretaria.

Esta entró en seguida a la oficina con su tableta. Sabía que a Cassio no le gustaba esperar.

— Dígame, señor.

— Arregla todo para que el jet despegue en una hora. Avisa también a la mansión para que me tengan listo el equipaje.

La joven secretaria parpadeó, asombrada, pero obedeció sin peros y una hora después aterrizaba en un helipuerto privado.

— Bienvenido a la costa Amalfitana, señor Garibaldi — le dijo el piloto.

Kathia creía que había superado al único hombre que fue capaz de destrozar su corazón y desterrarla de su vida sin piedad hasta que su hija; Cassandra, de ahora casi cinco años, comenzó a hablar y a preguntar por su papá.

— Mami, ¿Cuándo vendrá papi? — la preguntó la pequeña Cassie a su madre, metida dentro de las sábanas. En su habitación decorada de barcos y peces.

— Pronto, mi pequeña estrella de mar.

La niña bufó.

— Siempre dices lo mismo.

— Papá está navegando muy muy lejos, defendiendo del villano a todos los pececitos del mar, ¿no los quieres saber a salvo?

— Sí, pero es que… lo extraño tanto, ya quiero que venga.

— Lo hará, cariño, te prometo que lo hará.

Kathia sabía que esa era una promesa que no estaba segura de poder cumplir y por eso sintió que el corazón se le hacía un órgano muy pequeñito dentro de su pecho.

Cuando regresó la vista a su hija, esta se había quedado dormida sin más… otra vez a la espera de algo casi imposible.

— Kat, voy de salida— le dijo Sarah, la muchacha que la ayudaba a cuidar a Cassie cuando ella trabajaba — Por cierto, afuera hay un hombre que te busca.

— Gracias, Sarah, descansa, yo me hago cargo.

Tan pronto Kathia apagó las luces de la habitación de su hija, salió a recibir al repartidor de comida, y es que con lo cansada que a veces llegaba, apenas y le daba tiempo para dormir a su hija. Cuando abrió, los ojos que la recibieron no fueron los del repartidor de sushi… sino los del único hombre que amaba y odiaba a partes iguales.

— ¿Cassio? — musitó con el alma pendiendo de un hilo.

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