—Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Liam, que los cumplas feliz. Que los vuelvas a cumplir, que los sigas cumpliendo, hasta el año tres mil —cantaron.
Los aplausos no tardaron en resonar en la casa, mientras el pequeño de tan solo cuatro años era abrazado por sus padres.
—Vamos, Liam. Sopla las velitas —le acercaron el pastel. Era una deliciosa torta de chocolate preparada por su madre, quien a pesar de no ser la mejor repostera, había puesto todo su empeño en hacerle algo especial.
Ismael le untó la nariz al niño con chocolate, mientras este le manchaba la mejilla con la crema.
—¡Basta ya! ¡Si siguen así, no quedará pastel para comer! —En lugar de un hijo, Sofía sentía que tenía dos.
—Ya oíste a tu madre —le dijo Ismael a Liam, quien lo miró con los ojos entrecerrados, visiblemente ofendido porque había sido él quien empezó con todo.
—Y tú también, Ismael, ya me escuchaste —lo apuntó Sofía con la espátula de la cocina.
—¡Sí, señora! —se paró firme