La puerta se abrió y Regina se arrastró en el piso del calabozo, tratando de alejarse lo más posible de la persona que acababa de ingresar.
Las cadenas tiraron de su tobillo cuando llegó al sitio más apartado que le permitió, pero no era suficiente.
Alicia sonrió, tenía el arma en la mano y todo parecía indicar que la iba a matar.
¿Después de todo, qué se lo impedía?
Se había deshecho de su cómplice con mucha facilidad, lo lógico era que matarla no le representara mayor problema.
¿Tenía caso suplicar?
¿Hacerla razonar?
Cualquiera de las dos opciones parecía simplemente imposibles. No se podía hacer razonar a alguien que ya había perdido el sentido.
La única opción que le quedaba era asumir la muerte con dignidad. Cerrar sus ojos y esperar el tiro.
Y así lo hizo, aguardó por varios segundos, en los que los pasos no hicieron otra cosa que resonar cada vez más, mientras que una risa maquiavélica resurgía en el fondo.
—¿En serio crees que te mataré así de fácil? —se burló su enem