Ahora Nicolás sabía que los atentados en contra de Regina eran serios y, además, no venían de la mano de cualquier matón de poca monta; se trataba de alguien con poder, alguien que estaba metiendo las manos en todo esto, incluso sobornando a la policía.
—¿Pero quién? —se preguntó, sin poder darle un rostro a esa interrogante.
Sintiéndose agitado y profundamente preocupado por la seguridad de su mujer, sacó su teléfono celular para contactarse con sus escoltas.
El mensaje con el reporte solicitado no tardó en llegar:
“Señor Davies, la señora Stirling ha salido del trabajo. Y aceptó tomar una copa con su jefe. Adjunto foto del individuo.”
Inmediatamente, abrió la imagen, y la rabia le subió a la garganta. La fotografía mostraba a Regina y a un hombre. Ambos estaban riendo, sus cabezas demasiado cerca para una relación netamente profesional.
Cerró el puño, y la sangre le hirvió por vigésima vez en ese día. Se la había pasado de rabia en rabia y parecía que aquello no iba a parar jamás.