En las últimas semanas, Nicolás había evitado a toda costa cualquier confrontación con Regina. Las pocas veces que se habían visto, apenas cruzaban palabras, y las miradas eran apenas fugaces. Esperaba a que el tiempo y el espacio que le estaba dando, sirvieran para apaciguar el enojo y los celos de su esposa.
Pero con cada día que pasaba, el efecto era el contrario: la mirada de Regina se volvía más fría y más distante. Y en lo más profundo de su ser, comenzaba a temer que esto pudiera tener consecuencias más serias de lo que imaginaba.
Ese día, sin embargo, tenía toda la intención de encararla. De decirle, de una buena vez por todas, que no tenía por qué estar celosa, que la única mujer a la que amaba era ella, sin importar las circunstancias que lo ataran a Alicia. Había estado ensayando las palabras en su mente, una y otra vez, esperando que fueran las suficientemente convincentes.
Llegó a la mansión y lo primero que notó era que las luces estaban apagadas y el sitio completamente