«Necesitaba aire», fue lo que pensó Regina, mientras salía de la sala de junta con pasos firmes. Tenía incluso el impulso de correr, pero se contenía. No podía dar un espectáculo.
Las palabras de Nicolás, su confesión de amor, la impactante revelación sobre la maldad de su familia, todo zumbaban en sus oídos, causándole un terrible dolor de cabeza. Se sentía profundamente perturbada, pero una parte de ella se negaba rotundamente a creerle.
¡No!
¡Y no!
Era un mentiroso y un manipulador, y no caería de nuevo en su juego.
Nicolás era un maestro en los engaños, un hombre capaz de construir una fachada perfecta para conseguir lo que quería.
¡Así que seguramente esto era otro de sus juegos, otra treta para seguir atándola!
—Está mintiendo. Claro que está mintiendo —se convenció.
¿Cómo podía creer que su padre y su dulce abuelo, el pilar de su infancia, el hombre que la había llenado de amor y atenciones, fueran capaz de una atrocidad tan vil?
¿De una monstruosidad de semejante magnitud?