Sofía entró sola en la sala del juzgado, sin abogado. No lo necesitaba. No para esto, que no era más que una simple firma que acabaría con una historia de más de once años. Una historia de mentira, por cierto.
William ya estaba allí, sentado con su abogado. Se puso de pie al verla, como siempre lo hacía, como si aún fingiera que era el caballero perfecto. Sin embargo, no había nada más falso.
—Sofía —murmuró—. Gracias por venir puntual.
Ella se sentó frente a él sin contestar. No sentía ganas de hablarle. Sentía que era un completo extraño que, justo ahora, anhelaba tener a kilómetros de distancia.
El abogado comenzó a hablar, pero no lo escuchaba. Solamente podía pensar en esos once años desperdiciados en una farsa. Tantas cenas, tantas fotos con sonrisas llenas de mentiras.
—He pedido que se te otorgue el apartamento de la playa, el coche y parte del fondo común —dijo William, rompiendo el silencio y tratando de encontrar su mirada—. Sé que no es mucho, pero… quiero que tengas una c