Pobre Joseph, alguien debió advertirle que se estaba equivocando al contratar a Lexy como su nueva secretaria, pero se “emocionó” demasiado y la mesa le ayudó a ocultarlo. La inexperta muchacha tiene un don que ni ella misma conoce: puede emocionar a su jefe con cada uno de sus torpes movimientos y mandarlo al baño para “batir la mayonesa” cuando su lengua recita incoherencias. “Ricas incoherencias”, piensa Joseph, mientras alucina de pie en su cuarto de baño, pensando en su nueva secretaria, esa que va a sacudirle más que el mundo completo.
Leer másNo estaba para nada conforme con las muchachitas que había entrevistado en las últimas horas y, aunque la mayoría de ellas poseía experiencia para el cargo, él buscaba a alguien con menos experiencia. Quería que su nueva secretaria no tuviera manías ni antiguas rutinas; quería una "secretaria virgen", una joven que se pudiera adecuar a cada una de sus peticiones, exigencias y extrañas ocurrencias.
Entre sus colegas, durante almuerzos y cenas de negocios, había oído charlas sobre el nuevo estilo de trabajo que adoptaban y, contratar chicas sin experiencia resultaba tan placentero como un buen filete sellado en sal y marinado en vino.
Se lamió los labios al pensar en la carne asada y se levantó de un fuerte sacudón cuando una pequeñita chiquilla ingresó a su despacho personal.
Cargaba un portafolio en una mano y un café en la otra; pisaba en terreno desconocido con mucha desconfianza y miraba a todos lados con sus enormes ojos verdosos.
—Señor Storni, soy Lexy Antonieta Bouvier. Estoy aquí para la entrevista de trabajo que publicó en su página oficial —dijo la muchacha con voz temblorosa.
Joseph Storni se quedó tan callado como paralizado y, por inercia, atinó a estirar la mano para saludar. Ante el masculino saludo, Lexy dudó, pero respondió al extraño gesto del hombre frente a ella, entregándole sus pequeñitos dedos para un primer contacto, uno bastante inusual.
Y cosquilloso.
—Tome asiento, por favor —pidió él con más seriedad y esperó a que ella se acomodara en la silla frente a él para imitar, recordándose sus buenos modales.
—Gracias —respondió Lexy, cortés.
Ella agradeció sin mirarlo y vaciló qué hacer primero: si dejar sus cosas sobre la mesa o sentares con todo encima. Optó por la segunda y terminó toda enredada con el café caliente y el portafolio que incluía la información personal que el hombre solicitaba para optar al puesto de trabajo.
—¿Está bien? —consultó Joseph, mirándola con ansiedad.
La mujer estaba complicada. Intentó acomodarse la falda de forma adecuada, mientras sus manos sostenían un café, su portafolio y una cartera negra que, no se podía negar, hacía una buena combinación con su desabrida, pero atrayente ropa.
Joseph quiso darle una mano, pero, con prisa, Lexy fue capaz de ordenarse. Acomodó el café antes de quemarse y dejó caer la cartera al suelo, cuidando del portafolio. Continuó por tirarse la falda por los extremos para dejar de enseñar sus muslos definidos y las medias de ligas que se le hincaban en la piel alba.
—Sí, gracias —confirmó después y acomodó sus manos sobre la mesa, anhelando parecer más relajada.
Pero sus actitudes de tranquilidad parecían no tener éxito; traía la cara roja y el cabello le caía por la frente, junto con algunas gotas de sudor que a Joseph le parecieron muy interesantes.
—La escucho, Señorita Bouvier, ¿por qué se ha interesado en este puesto de trabajo? —preguntó Joseph.
Le gustaba ir directo al grano.
—Ah... —balbuceó Lexy sin saber cómo responder. ¿Era válido decir que necesitaba el dinero?—. Bueno, hace algunos meses dejé la universidad y creo que ya es hora de-de... avanzar —titubeó otra vez, sin saber cómo continuar.
Su pasado y su presente resultaban un total desastre y cuando se encontraban, ¡boom!
—¿De qué se graduó, señorita Bouvier? —preguntó él y ella explotó en una divertida carcajada.
—No, no me gradué... —Se avergonzó y sus mejillas la acompañaron. Aun así, se armó de valor y le entregó la documentación que cargaba en su portafolio—. Estudié Relaciones Públicas dos años, pero lo dejé porque no era lo mío —reconoció, molestando a Joseph con su falta de seguridad—. Y luego elegí Educación Primaria, pero lo dejé porqué...
—¿Tampoco era lo suyo? —Se adelantó él, mirándola con desconcierto.
—Estaba pensando en estudiar odontología o visitador médico —explicó después y sonrió cuando Joseph abrió enormes ojos para detallarla—. Pero no por ahora, claro que no, por eso estoy aquí —corrigió a su suelta lengua y movió las manos para parecer más elocuente, pero, en vez de eso, mostró la torpeza que la acompañaba de nacimiento y lanzó el café lejos, creando un caos en la sala de reuniones en la que Joseph convocaba sus reuniones y entrevistas—. ¡Oh, m****a! —chilló y brincó desde su silla con presteza.
Recogió su cartera y consiguió desde su interior un par de papeles blancos; gateó en cuatro patas hasta el charco de café que ella misma había ocasionado y lo limpió con rapidez, todo bajo la curiosa mirada de Joseph, quien, para ese entonces, tenía la mejor vista de todas: a su nueva secretaria en cuatro patas, con medias negras hasta la mitad del muslo y ropa interior que al parecer no existía.
La mujer se levantó después, con las manos empapadas en café y la blusa blanca chorreada. La tela de la blusa se le adhirió al cuerpo y dos pequeñas tetas se dibujaron y marcaron por debajo de la sucia y arruinada prenda.
—Lo siento tanto, señor Storni, yo-yo... —suspiró afligida.
—Bueno, empieza el lunes —adelantó Joseph.
Pasó saliva para mostrarse calmado, cuando, en verdad, tenía un verdadero festín para sus ojos y pervertida cabeza.
Lexy dudó y miró la enorme mancha de la alfombra, de seguro costosa, e intercaló su mirada con Joseph, quien no dejaba de admirarla con sus profundos, pero oscuros ojos.
—¿Me va a contratar para descontarme la limpieza de la alfombra? —consultó y la tensión se rompió cuando Storni explotó en una divertida carcajada que embrolló a la muchacha.
—No, señorita Bouvier, la voy a contratar porque me parece apta para el puesto —respondió y, aunque anheló levantarse desde su silla, no pudo.
Tenía una erección que rozaba la mesa y la mesa le ayudaba a ocultar muy bien su realidad.
Separó las piernas para no lastimarse y se concentró en tomar la documentación que Lexy le había ofrecido antes; leyó su información personal para relajarse y pensar en otra cosa que no fuera el níveo y redondo culo de la mujer que tenía enfrente y que no dejaba de observarlo entre suspiros que enseñaban su nervios e inseguridad.
—Pase con mi secretaria, a la que va a reemplazar y dígale que le consiga una toalla y ropa seca —indicó con el corazón descontrolado—. Ella le brindará algunas indicaciones para el lunes: horario de trabajo, uniforme y uno que otro beneficio o detalle del trabajo —terminó y se atrevió a mirarla.
No pudo centrarse en sus ojos y su mirada se desvió a su blusa, donde la mancha de café le jugaba una mala pasada.
Contuvo una sonrisa. Con la mano izquierda se despidió de la muchacha y con la derecha se masajeó su miembro duro, intentando no gemir mientras se manoseaba con poca discreción.
Lexy no alcanzó a vislumbrar lo que su nuevo jefe estaba haciendo y obediente con su indicación anterior, además de feliz por su primera contratación, caminó contenta hasta el final de la oficina, sacudiendo la mano para despedirse, ignorando la humedad de su blusa, como toda una bailarina de camisetas mojadas.
Cuando la muchacha desapareció en la puerta de ingreso de la sala de reuniones, Joseph se levantó con ímpetu desde la silla y corrió al baño privado del lugar; marchó acelerado y guiado por la excitación irracional que había despertado en él sin mayores razones.
Era ilógico y descabellado, más cuando su vida sexual era activa y divertida, y las mujeres que venían a él resultaban de diez mientras que Lexy Antonieta Bouvier —a sus críticos ojos—, resultaba un simple seis.
Se bajó el pantalón y la ropa interior hasta las rodillas y se pasó la lengua por la mano. Humedeció sus dedos para no lastimarse y se masturbó sin problemas. Cerró los ojos para pensar en su nueva secretaria y se le escapó un gemido cuando la recordó en cuatro patas, limpiando su desastre con el café, con portaligas y, al parecer, sin ropa interior.
Se corrió en ese preciso instante y se sintió tan aliviado y revolucionado que, nació en él la urgente necesidad de correr y buscar a la señorita Bouvier para invitarla a cenar y follársela después de la comida, pero cuando se dio la media vuelta para lavarse las manos y vestirse, sus oscuros deseos aparecieron por su puerta.
Lexy estaba allí, mirándole con grandes ojos.
—Señor Storni —suspiró la jovencita y se cubrió la boca con una mano para contener la risa—. Venía por mis documentos personales, su secretaria los necesita para ingresar mis datos en su sistema —musitó y dio media vuelta para ignorar la perturbadora imagen que tenía frente a ella.
Sintió las mejillas arder, pero ignoró todo para escuchar lo que su nuevo jefe decía.
—Maldición —reclamó Storni entre dientes y se subió el pantalón con tanta prisa, que la humedad de su semen se mezcló con su tibia piel, creando una incómoda sensación dentro de sus pantalones. Se vio obligado a disimular que todo estaba bien—. Lo siento, Lexy, no quería que me vieras así...
—No-no importa —explicó ella, aún sin mirarlo, suponiendo que estaba en el baño y con los pantalones abajo por otro motivo.
—Podemos compensar este bochornoso momento con una cena —musitó él y se acercó para intimidarla.
Lexy contuvo la respiración y se rio infantil.
“No quieres meter tu pene dentro de esta mocosa, escucha su risa, se parece a la risa de un payaso ebrio”.—Burló su conciencia, esa que lo ayudaba a cazar buenas presas para llevarse a la cama.
“Sí, sí quiero”. —Rebatió él y tocó la mano de Lexy, buscando encender otra vez, buscando esa electricidad que la muchacha le había hecho sentir y sin siquiera tocarlo.
—Lo siento, señor Storni, a mi prometido no le gusta que salga con otros hombres —musitó Lexy con timidez, aun riéndose por la sutil proposición del hombre.
—¿Prometido? ¿No eres un poco joven para eso? —preguntó, cabreado por la negativa de Bouvier.
“Es una pendeja, nadie se niega a nuestros encantos”. —Siguió su molesta vocecita y Storni tuvo ganas de apagarla, solo que aún no descubría cómo.
—Ahhh —murmuró Lexy, confundida—. Conocí a mi novio en la universidad y hace algunos meses comenzamos a planear nuestra boda —explicó con seriedad, como si de verdad el matrimonio le importara.
“Voy a vomitar”. —Su voz otra vez, cansándole.
—Es una cena de negocios, no la voy a tocar —mintió Joseph.
“¿De negocios? ¿Así las llamas ahora? ¿Y mientras te las follas les hablas de comercio internacional o de transacciones fraudulentas?” —Molestó la voz de su conciencia y no pudo contener una sonrisa por las ocurrencias de esta.
“Sí, así mismo”. —Contestó él entre sus pensamientos y, naturalmente se le dibujó una sonrisa en los labios, una malévola, pero sensual sonrisa.
—No puedo, Señor Storni, mi abuela viaja hoy y tengo una cena de bienvenida que organizar, pero para la próxima semana estaré disponible —manifestó ella y, aunque los ojos del hombre frente a ella se hicieron más opacos e inexpresivos, después de su explicación brillaron con esperanzas.
Esperanzas de follársela duro en cualquier lugar, no le importaba el dónde ni el trato que le iba a dar, solo quería hundirse en su interior y manosearla mientras acometía contra su níveo y redondo culo.
Sacudió la cabeza para eliminar las escenas imaginarias que se le venían a la cabeza y se acercó otra vez a la mesa donde la había entrevistado; le entregó los documentos para que continuara con normalidad.
—Nos vemos el lunes —se despidió y besó su mejilla.
Cerró los ojos y disfrutó del mínimo roce de sus cuerpos; contuvo el aire cuando su nariz se encontró con el rico aroma de la muchacha. Quiso agarrarla por la espalda y montársela a horcajadas, pero se tuvo que contener, de seguro lo denunciaban por acoso laboral y solo le plantó un lento beso en la delicada y sonrosada mejilla.
—Gracias por todo, Señor Storni, estoy muy agradecida.
—Y yo muy caliente —respondió él y ante las muecas de asombro de Lexy, corrigió—: que usted es muy inteligente.
Lexy arrugó el entrecejo ante su respuesta; sus dudas se vieron apocadas por el encanto que el hombre le producía, además, ya tenía empleo y nuevas oportunidades surgían para ella, para su inmadura e infantil persona, oportunidades que creía alcanzables, cuando, en verdad, no tenían ni pies ni cabeza.
Lo que Lexy no sabía era que, el hombre que acababa de contratarla tenía otros planes para ella, para su estadía en la empresa y para su futuro.
Planes que iban a cambiar toda su vida.
La joven mujer corrió por el campo abierto arrastrando un largo trozo de tela rosa que debía acomodar alrededor de la terraza que envolvería la fiesta. Desde la muñeca tomó los elásticos de colores que su marido había comprado en una tienda de cotillón y comenzó a trabajar mientras cantó a todo pulmón.Si hubiera tenido vecinos cerca, Lexy Antonieta Bouvier habría sido bajada del escenario imaginario en el que se subía cada vez que cantaba por las praderas de su propiedad, pero para su fortunio, su vecino más cercano vivía a cuatro minutos a pie desde el inicio de su cerca separativa.—¡Voy a pedirte que no vuelvas más, siento que me dueles todavía aquí, adentro! —cantó y gritó a su propio ritmo, olvidándose de la cantante y del ritmo que se oía de fondo.Aunque por algunos segundos creyó que estaba sola, se quedó callada y pasmada cuando se encontró con su padre, ese que la observaba desde el suelo mientras inflaba globos a un acelerado ritmo.—Nunca cambias —siseó levantándole las c
Algunos años después…Se levantó en la punta de sus pies para mirar por encima del alta cerca de madera que envolvía su propiedad y se le llenó el pecho de emoción al encontrarse con una larga fila de personas que esperaba a por ellos. Se tocó la barriga con las dos manos y se apoyó con confianza en la madera para mirar mejor.Se tomó algunos segundos para respirar otra vez y se osó en regresar al interior de la propiedad. Las manos le temblaban y la barriga se le revolvía con una rica sensación que sentía cada día cuando encontraba calor y afecto entre los brazos de su amado y de sus hijas. Iluminada como cada mañana, la sala resplandecía con sus colores castaños y rojizos; las cortinas blancas le brindaban profundidad y luz a todo su hogar y los juegues desparramados de las niñas le prodigaban ese toque infantil y hogareño a cada dormitorio y pasillo.Titubeó de qué hacer primero.Podía ir con su amado esposo y decirle las buenas nuevas, podía correr a vestir a sus hijas para empez
No bastó mucho tiempo para que todo cayera en su lugar y que la vida de nuestros amantes tuviera un nuevo orden.Si bien, a veces sentían que habían hecho las cosas mal respecto a la denuncia en contra de Open Global y la estafa piramidal que estaban encubriendo, las personas que se acercaban a ellos e incluso sus mismos compañeros de trabajo se encargaban de agradecerles por su valentía y transparencia.Se habían convertido en los nuevos héroes sin capa y sin superpoderes de toda la oficina y, por fin, después de años de mentiras y engaños, la gente empezaba a recibir respuestas referentes a sus inversiones, esas que habían desaparecido con el paso de los años. Como era de esperarse, Bustamante regresó de Colombia en compañía de la junta Directiva y se conoció por fin la verdad detrás de todo el caso que el mismo Joseph había hecho explotar para salvar a Lexy y al resto de los empleados de un desempleo seguro.Claro estaba que pronto la empresa se declararía en la quiebra y muchos d
En los días anteriores, Joseph se había dedicado a investigar la verdad que se escondía detrás de esa imagen prestigiosa que Open Global le ofrecía al resto del mundo. Tras las declaraciones de su esposa, quien había confesado que le habían robado sus ideas, las que habían sido ofrecidas a bajos precios a la competencia, no había pasado mucho para que Storni uniera las pistas y encontrara la verdad.Una verdad que derrumbaría todo eso que Open Global y Bustamante eran.Ese día, Lexy regresó a la oficina con decisión.Los brazos de la joven temblaban producto del cansancio que sentía y también las piernas, la entrepierna, las caderas y la espalda. Intentó encontrar una buena posición en la silla de cuero que usaba, esa que antes
Lexy se despidió de sus padres desde la puerta de su nuevo hogar y tras besarles en la mejilla, los observó caminar por el campo abierto y la oscuridad de la madrugada. Esperó allí en silencio, abrazándose a ella misma producto de los escalofríos que sentía.Si bien, ya le había dicho adiós en repetidas ocasiones a sus padres, este era un adiós diferente, un adiós que cortaba toda unión y que la mantendría como la mujer independiente que siempre había anhelado ser. Con un marido que sí la amaba y que la respetaba y con una vida que sí quería vivir.De pronto recordó a su fastidiosa conciencia, esa que se encargaba de contradecirle todo lo que pensaba y deseaba.“¿Por qué no estás fastidi&aac
La pareja se quedó sentada en la orilla del puente en el que se habían casado y dejaron los pies colgando hacia el agua; juntos aguardaron a que la medianoche llegara y celebraron con una botella de vino espumoso su primer día juntos como casados. Bebieron desde la botella como dos adolescentes resueltos y se besaron junto al lago y bajo un despejado cielo estrellado, manoseándose uno al otro hasta que la cosa empezó a salirse de control y comprendieron que era hora de marchase.Para ponerse a tono, Joseph llevó a Lexy entre sus brazos y a su propio estilo hasta el auto que había conseguido en el sur del país y se la cargó en el hombro como tanto le gustaba. La joven, que llevaba más de ocho horas sin comer, se mareó de manera inmediata y se dio cuenta de que el alcohol ya había hecho efecto en todo su cuerpo.
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