Capítulo 2

Dominik Albrecht

Me ajusto la corbata y me miro en el espejo.

Nunca imagine que el día de mi boda sería así, de hecho, nunca me vi casándome. No creía en el matrimonio, me parecía algo absurdo el ligar tu vida a la de alguien por siempre. Pero ahora yo quería a alguien a mí de por vida.

¿Era cruel? Sí.

¿Me importaba el daño que le estaba causando a Hanna? Sí, pero mi retorcida mente no encontraba otra manera de tenerla.

Un toque en la puerta me hace apartar la mirada del espejo.

—¿Sí? —pregunto.

Abren la puerta y Heinrich abre la puerta. Era mi hermano adoptivo.

—Hanna acaba de llegar —hace una mueca—, no se ve muy feliz.

Ignoro la pequeña molestia en mi pecho, ¿Qué demonios esperaba? ¿Que caminara por el altar con una sonrisa radiante? Por supuesto que no, para ella, el enemigo y el cruel aquí era yo, pero esperaba que en el futuro su forma de verme cambiara. 

—Está bien. No puedo culparla —me acerco a la puerta y salgo—. ¿Lo tienes?

Saca una cajita negra de su bolsillo. Adentro estaba el anillo de compromiso que no había tenido oportunidad de darle.

—Ten —abro la caja y lo observo, lo había mandado hacer para ella y muy dentro de mí, esperaba que le gustara.

La argolla era de oro y sobre ella descansaba un diamante rosa.

—Gracias, Rich —palmeo su hombro—. ¿Papá ya llegó?

—Aún no, sabes cómo es él, odia los eventos públicos —asiento dándole la razón, era muy paranoico con respecto a que descubrieran su identidad.

—¿Ilsa? —pregunto. Era su novia, estaban juntos desde la universidad, el problema era que sus mundos eran muy diferentes y eso tendía a crear problemas entre ellos.

Ya había perdido la cuenta de todas las veces que me había llamado en la madrugada borracho diciendo su nombre una y otra vez.

—Está aquí, pero sigue ignorándome —palmeo su hombro nuevamente y le sonrío.

—Ve el lado bueno, si estuviera furiosa contigo no estaría aquí.

—Puede que tengas razón —le doy un último apretón en el brazo y comienzo a caminar. Cuando estoy en mitad de las escaleras grita—: ¿Estás seguro de esto, Dom?

Lo miro unos segundos en silencio y asiento.

—Nunca he estado tan seguro de algo.

Y era verdad.

Desde que vi a Hanna supe que haría cualquier cosa por ella, entre ellas, protegerla con mi vida de ser necesario. El matrimonio era una razón para tenerla bajo mi cuidado y así cuando todo colapsara, estuviera a salvo.

Estábamos en la Catedral de Berlín, su familia era religiosa, por lo que quería cumplir con eso. Había mandado un auto ayer por ella después de que Bernardo me informo de que ya le había dado la noticia para que escogiera su vestido de novia.

Ya estaba tomando suficientes decisiones por ella, quería, aunque sea, dejar eso a su libre decisión.

Busco la habitación cerca del pasillo principal y abro la puerta. Le había pedido a Rich que la trajera aquí cuando llegara, deseaba hablar con ella antes de que nos casáramos.

Su imagen me golpea en el pecho. Su melena rubia iba suelta, había unas sutiles trenzas decorando sus suaves ondas, no llevaba maquillaje, lo que me gusto. Bajo la mirada y escrutinio su vestido, era simple, no había pedrería, ni encaje en el cómo imaginé. Era de seda, blanco perla quizás, era un tanto pomposo y había una abertura en su lado izquierdo, lo que me permitía ver su pierna desnuda.

Regreso la mirada a su rostro y me concentro en esos ojos verde almendrado, que al verlos era como admirar el cielo. Había pasado tanto tiempo viéndola desde la distancia que conocía cada una de sus expresiones. 

Y ahora estaba furiosa conmigo. De nuevo, no la culpaba.

—Un gusto conocerte por fin, Hanna.

Lo siguiente que se es que se ha quitado uno de sus tacones y que me lo ha lanzado, este me roza la cabeza y golpea contra la puerta. Joder.

Había esperado cualquier reacción menos esa.

—Antes de que me lances el otro tacón —digo con voz severa—, solo vine a darte algo.

Se cruza de brazos y alza el mentón desafiándome.

—No tuve la oportunidad de dártelo antes, pero espero que te guste —acorto la distancia entre nosotros, su fragancia a vainilla inundad mis fosas nasales. Para mí, ese era el olor de mi condena, pecado y perdición.

Tomo su mano izquierda y dejo la cajita de terciopelo negro en ella, la abre dubitativamente. Su reacción me saca una sonrisa, sus labios se entreabren y pone los ojos como platos.

Seguro esperaba que fuera un completo hijo de puta con ella y que la tratara como basura, pero eso no pasaría. Los días de denigración y humillación se habían acabado.

—¿Me permites? —pregunto tomando el anillo de la caja.

Sin apartar la mirada del anillo levanta su otra mano y me deja deslizarlo en su dedo anular. Le quedaba perfecto para mi suerte, beso sus nudillos y doy paso atrás.

Si la estaba haciendo sentir incómoda, no lo dejaba ver.

—¿Hay algo que te gustaría cambiar o que te haga sentir incómoda? —enarca una ceja—. Aparte de lo obvio, señorita Klein.

«Y en solo unos minutos, mi señora Albrecht».

Niega con la cabeza.

—A partir de ahora, lo que necesites o quieras cambiar, dímelo —le digo por señas tomándola por sorpresa.

Salgo de esa habitación antes de cometer una estupidez. Aún no podía saber el poder que tenía sobre mí. 

𝕯𝕳

Hanna Klein

Miro la puerta cerrarse, impidiéndome seguir lanzando dardos venenosos a su espalda. No sabía muy bien lo que había sucedido, había sido amable, respetuoso e incluso dulce al besar mi mano.

Y, por si fuera poco, me había permitido elegir mi vestido y él lo había pagado, las palabras del chofer fueron y cito: "El señor Albrecht no quiere que repare en gastos, todo va por su cuenta".

¿Qué clase de hombre te obligaba a casarte con él y no se comportaba como un completo imbécil? Incluso su manera de verme me había tomado por sorpresa.

Joder, hasta sabía lenguaje de señas.

Suelto un suspiro, en solo unos minutos había comenzado a destrozar la idea que tenía de su persona.

Pero no lo dejaría ganar tan fácil, él me había arrebatado la poca libertad que tenía e iba a vengarme por ello.

Miro el anillo en mi dedo, era precioso. No era de esos anillos que con solo verlos te hacían arder los ojos por la cantidad de diamantes, este era delicado y sencillo. Tal y como me gustaban las joyas.

Me sobresalto cuando la puerta se abre, por unos escasos segundos pienso que se lo ha pensado mejor y que me arrastrara al altar, pero es mi padre quien me observa como un toro enfurecido.

—¿Qué coño haces aquí? —me toma del brazo y me arrastra fuera de la habitación.

Tomo mi tacón cuando pasamos junto a la puerta y me pongo como puedo.

Hago una mueca al sentir sus dedos clavándose en mi piel, intento alejar mi brazo de su agarre, pero es imposible. Era como grilletes de acero. Caminamos por varios pasillos hasta llegar a la entrada de la catedral. Me suelta y se posiciona a mi lado plasmando una asquerosa sonrisa en el rostro.

Quería borrársela de un puñetazo.

—Recuerda muy bien, Hanna —engancha su brazo al mío, haciendo presión donde me tenía apresada hace unos segundos—, sonríe mientras caminas al altar y no lo eches a perder.

Asiento con la mandíbula tensa como un alambre.

Lo único bueno de este matrimonio es que no tendría que soportarlos de nuevo ni a él, ni a Isaak.

—Esa es mi hija —se me revuelve el estómago al escuchar esas palabras salir de su boca.

Era su hija solo cuando le servía.

Las suaves notas de la música nupcial inundan el ambiente, Isaak se me acerca y me tiende un ramo de rosas blancas. Este se pone a mi lado y me toma del otro brazo.

Genial, las personas que más quería en este mundo iban a entregarme en mi boda. ¿No se podía ser más feliz?

Tiran de mí y comienzo a caminar. Todos se ponen de pie al vernos entrar, sonrío como amablemente me lo han pedido, más de por sí mi falsa sonrisa flanquea cuando lo veo de pie en el altar. No había tenido oportunidad de verlo bien en la habitación, estaba demasiado sorprendida por su presencia.

Era alto, casi podía apostar a que tenía dos metros, su cabello era rubio, este era bajo a los lados y abundante en el centro. Sus ojos... eran como dos escarlatas de hielo, no había emoción ellos, o al menos no ninguna que yo pudiera ver. Sus rasgos eran afilados y su cuerpo era corpulento, tenía los hombros anchos.

No podía negar lo obvio, Dominik Albrecht era atractivo, los rumores no le hacían justicia.

—Señor Klein. Joven Klein —dice cuando llegamos al altar—. Señorita Klein —me da la misma sonrisa que en aquella habitación.

Sus comisuras apenas se elevaban, pero algo inundaba sus ojos, o tal vez el hecho de no haber ingerido nada desde la noche anterior me hacía alucinar.

Me apresuro a tomar la mano que me tiende, alejándome de mi padre y mi hermano. Era curioso que quisiera estar al lado de un hombre al que acaba de conocer, que cerca de ellos, que a pesar de que eran personas crueles los conocía.

Asienten a modo de reconocimiento y se alejan. No conocía ni a la mitad de las personas que estaban aquí, Ida no podía venir, era muy arriesgado, ya que no pertenecía a este mundo y Gretel lo tenía prohibido, al parecer, para mi padre sería una ofensa que una mujer del servicio asistiera a un evento como este.

Una ridiculez, si me preguntan.

—¿Estás bien? —los vellos de mi cuerpo se erizan cuando su aliento roza mi cuello.

Asiento sin dirigirle una mirada, seguía furiosa con él y ningún anillo o acto cambiaría eso. No iba a permitirle entrar a mi corazón, eso sería un maldito acto suicida y quería ahorrarle el dolor a mi alma.

A partir de ahora, estaba en modo supervivencia, porque si caía en las llamas de esos ojos azules como el hielo, estaría condenada para siempre. 

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