Dominik AlbrechtMiro al hombre frente a mí, y no veo más que una manzana podrida.Un cascarón arrogante cubriendo años de corrupción y decadencia. El maldito presidente de este país.A su lado, con una sonrisa demasiado cómoda para mi gusto, está su hijo: Isaak Klein. Heredero de sus vicios, su ambición y, probablemente, de sus secretos más oscuros. Ambos hombres habían llegado a mí tras una breve conversación mantenida en su última gala de caridad —un evento pomposo, lleno de hipocresía y vino caro— donde tuve, una vez más, el gusto de ver a su hija mayor: Hanna Klein.Esa mujer… había algo en ella. Algo distinto, algo que la hacía resaltar incluso entre vestidos lujosos y conversaciones huecas. Rubia, de ojos azules fríos como el hielo, estatura promedio, pero con una presencia imposible de ignorar. Su carácter, por lo que había oído, era volátil, impredecible, y eso le había ganado más de un enemigo en los círculos cerrados del poder. Sobre todo entre los amigos de su padre, quien
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