Hanna Albrecht Klein
"Si los quieres muertos por toda la m****a que te hicieron, te los traeré y los pondré a tus pies"
Esas palabras no me habían dejado conciliar el sueño, después de nuestro pequeño encuentro por la noche, subí a la habitación y me quedé observando las luces de la ciudad a través del ventanal hasta que salieron los primeros rayos de sol.
¿Qué hombre exactamente era Dominik Albrecht?
Después de que me informaran de mi compromiso y se lo contara a Ida, busque su nombre en G****e. Dominik era un hombre de treinta y cinco años que había amasado su fortuna desde los dieciocho, no se sabía nada de sus padres, solo que uno de ellos era ruso. Tenía un título como Ingeniero Geólogo Mineralogista, en finanzas y administración de empresas. Fundó su propia empresa y ahora era el mayor exportador de minerales de toda Alemania, además de ser el hombre más guapo y rico, según las estadísticas de la revista de chismes GQ. Su vida era tranquila, no había nada en las revistas amarillistas, el chisme más importante en su vida había sido su boda conmigo.
Así que, si era capaz de asesinar, ¿cómo es que nunca se vio involucrado en un escándalo? Conocía muy bien el mundo en el que nací, la política era sinónimo de corrupción, sabía que mi padre lo era, más nunca pregunté qué hacía exactamente, no sabía si ser ignorante con respecto a eso era bueno o malo.
Me sobresalto al escuchar un toque en la puerta corrediza, esta era de madera lisa, de un marrón oscuro. Descruzo las piernas y me levanto de la cama, lo único que llevaba conmigo era la camiseta de Dominik, ya que entre todo el ajetreo de la boda había dejado mi bolso junto al vestido de novia, se suponía que mis cosas llegarían hoy y esperaba que fuera así, porque necesitaba una ducha y ropa interior limpia.
Abro la puerta solo unos milímetros dejando a la vista a un Dominik recién duchado, llevaba un pantalón de vestir negro, junto a una camisa de vestir azul oscuro que realzaba el azul claro de sus ojos, su cabello estaba brilloso por la humedad y parecía recién afeitado. Los primeros dos botones de su camisa estaban desabrochados, lo que me dejaba ver una pequeña parte de su pecho.
Dominik era condenadamente guapo y él lo sabía.
—Buenos días —su voz atrae nuevamente mi atención a su rostro, me cruzo de brazos apresuradamente al ver a donde se había desviado su mirada por unos segundos, mis pezones estaban duros, lo que era producto del frío y nada más. Aunque, si lo pensaba bien, había estado la noche anterior como si nada mientras curaba mi dedo y cuando me tomo de la cintura para subirme y bajarme de la encimera.
Articulo un "buenos días" y le doy mi mejor sonrisa. Si quería decir más que esas dos palabras tendría que descruzar los brazos, lo que dejaría mis pezones a su libre escrutinio.
—¿Dormiste bien? —tenía una pequeña sonrisa en los labios y quería saber que le causaba tanta gracia, más me limito a asentir—. Me alegra. Han llegado tus cosas junto a la señora Hofmann.
Eso es suficiente para apartar de mi cabeza cualquier pensamiento relacionado con él, entusiasmada me dirijo a las escaleras, más no llego demasiado lejos porque tiran de mi camiseta haciéndome trastabillar, su brazo rodea mi cintura evitando mi caída.
—No vas a bajar así —dice por encima de mi cabeza. El maldito era demasiado alto, quizás medía dos metros y mi 1,50 no ayudaba demasiado. Intento alejarme de su agarre, más no me lo permite, podía sentir el calor que desprendía su pecho.
—¿Por qué? —no podía verlo, más él a mí sí, así que suponía que no tenía problemas para leer mis señas.
—Mi hermano está abajo, junto a los hombres que serán tus escoltas y tú solo llevas mi camiseta, además de que esta apenas cubre tu trasero y puedo ver fácilmente tus pezones —por alguna razón, sentía que me faltaba el aire, mi corazón aporreaba mi pecho y había un extraño cosquilleo en mi piel—. ¿Qué clase de hombre sería si permito que vean a mi mujer de esa manera? —sus labios me provocan un escalofrío al rozar el arco de mi oreja—. ¿Qué clase de esposo me haría, Hanna?
La única razón por la que no me encontraba en el suelo ahora mismo era por brazo alrededor de mi cintura, más no dudaba de que si me soltaba me iría de culo, mis piernas ahora mismo se sentían como gelatina.
—Uno malo —mis manos delataban el nerviosismo que ahora recorría cada una de mis terminaciones nerviosas.
—Ves, era sencillo de comprender —le da un apretón a mi cintura y me suelta—. Le diré a la señora Hofmann que suba con tus cosas para que te arregles y bajes a desayunar —pasa por mi lado sin dedicarme otra mirada.
Me desplomo contra la pared más cercana al perderlo de vista, eso había sido demasiado intenso y mi pobre corazón lo resentía. Así no era como pensaba que sería este matrimonio, solo llevábamos horas casados y sentía que mis nervios echarían chispas en cualquier momento. La idea de hacer este matrimonio un infierno ahora me parecía una locura.
Regreso a la habitación dejando la puerta corrediza abierta, me dejo caer de espaldas en la cama, miró el techo por los próximos tres minutos hasta que escucho la voz inconfundible de Gretel.
—¡Mi princesa! —la recibo con un fuerte abrazo, fundiéndome en su cálido calor maternal. Mi madre había fallecido cuando tenía seis debido al cáncer, desde entonces la única que me había cuidado era Gretel—. ¿Cómo estás? ¿Te ha hecho algo ese hombre? —toma mi rostro entre sus manos y el dolor surca sus facciones—. Tienes ojeras, ¿él...? —deja la pregunta en el aire y me apresuro a negar rápidamente.
—No me ha hecho nada —mis movimientos eran torpes y temblorosos, pero necesitaba dejarle eso claro—. Dormimos en camas separadas, me está dando mi espacio y está siendo un tanto encantador y dulce conmigo. Aunque es un poco intenso —las arrugas en las esquinas de sus ojos se relajan al leer mis señas.
—Define intenso, querida —me siento en la cama y la veo sacar varias cosas de una gran maleta. Estaba segura de que el resto de mis cosas estaban abajo.
Cuando tengo su atención, le explico.
—Fue a verme antes de la boda para darme este anillo —le muestro mi dedo anular donde relucía el diamante rosado—, me dijo qué, si necesitaba o no me gustaba algo se lo dijera de inmediato. También habla de sus cosas como nuestras, se molestó cuando le dije que me castigaban dejándome sin comer, y lo hizo también cuando se dio cuenta de que creí que iba a violarme —suspiro—. Es muy extraño, es como si no le molestara en absoluto haberse casado con una extraña. Actúa como si esto lo lleváramos haciendo durante años.
La comprensión tiñe sus facciones.
—Estuve ahí el día que tu padre y tu madre se casaron —mira por el ventanal, como una sonrisa triste en el rostro—. Era una niña, apenas había cumplido la mayoría de edad y tu padre... —deja caer la cabeza—, tomó a esa niña y la rompió hasta que no quedó nada de ella. Abusó de ella incontables veces, en muchas ocasiones tuve que ayudarla a cubrir los moretones de las cámaras —me limpio una lágrima cuando esta cae por mi mejilla, me dolía el pecho por mi madre—. Pero algo cambió el día que naciste, había luz en ella y se veía más fuerte, con ganas de luchar contra tu padre, más eso cambió después de tener a Isaak —frunce el ceño—. Ella los amaba más que a nada, pero algo pasó después de ese parto —toma mis manos y besa mi frente—. A pesar de las circunstancias en las que te has casado, me alegra que te tocara un buen hombre, no soportaría verte pasar por lo mismo que tu madre.
—¿Cómo es que ella se casó con él? —pregunto al liberar una de mis manos. Ya no soportaba la idea de llamarlo padre, lo que me había hecho sufrir durante veintidós años no se comparaba con lo que le había hecho a mamá.
—Solo sé que fue un negocio, más no sé qué intercambió con tu abuelo —nunca lo conocí, murió mucho antes de que yo naciera—. Lo que, si sé, es que unos años después de haberse casado subió rápidamente de vicepresidente a presidente —eso demostraba una vez más lo corrupta que era la política, porque mi abuelo era uno de los miembros más valiosos e importantes de la Asamblea Federal.
—¿Cómo es que sigue en la presidencia? —al escoger a un presidente aquí en Alemania se hacía por dos mandatos de cinco años y podía ser reelegido una sola vez, él ya estaba próximo a usar esa única vez.
—Tu padre no gobierna de la misma forma en la que trataba a su esposa y te trató a ti —asiento, eso lo tenía claro—, a los ojos de la cámara, es uno de los mejores presidentes que ha tenido este país. Mantiene a los políticos y al pueblo feliz, la pobreza ha disminuido visiblemente y la economía está mejor que nunca. ¿Crees que alguien en sus cinco sentidos querría quitar del poder a alguien así?
Niego, no, por supuesto que no, nadie lo querría. Nunca me había interesado su vida política, ni las leyes y la presidencia. Pero si tenían razón con esos números, entonces sin duda sería reelegido, a menos que encontraran una razón para destituirlo antes de eso.
—Bueno, es muy temprano para seguir hablando de política —me da un apretón en la mano y se pone de pie. Había sacado uno de mis trajes azul rey, junto a unos tacones blancos—. Anda a ducharte, para después encargarnos de esas ojeras —acomoda un mechón de cabello detrás de mi oreja para después comenzar a acomodar mi ropa en el clóset mientras me dirijo al baño.
Un clóset que era tanto mío como de Dominik ahora.
𝕯𝕳
El sonido de mis tacones resuena cuando bajo por las escaleras, el traje era a la medida por lo que se ajustaba perfectamente a mi pecho y cintura, llevaba el cabello suelto y Gretel me había aplicado una mínima capa de maquillaje. Volvía a hacer yo, con la única diferencia de que un nuevo apellido acompañaba mi nombre y habría un anillo más en mi joyero por las noches, sí es que me lo quitaba.
Las voces en el recibidor guardan silencio cuando entro, a la luz del día todo se veía un poco diferente, más vivo. Había cuatro hombres altos y robustos de pie junto a las puertas del elevador y un hombre, un poco más joven que Dominik, le hacía compañía. Ese debía ser su hermano adoptivo Heinrich, solo lo había visto de lejos durante la recepción de la boda.
Me acerco con mi mejor sonrisa y lo saludo con la mano, ignoro olímpicamente la mirada de Dominik recorriendo mi cuerpo.
—Así que tú eres la famosa Hanna, Dom no ha parado hablar de ti —le lanza una mirada burlesca a su hermano—. Si alguna vez quieres cambiar de hermano, solo tienes que decirme —me guiña un ojo al tiempo que esquiva un manotazo de Dominik.
—Estoy seguro de que a Ilsa no le gustara saber que dijiste eso, ¿o me equivoco, Rich? —Heinrich me mira y pone los ojos en blanco, entonces, si esperarlo, se inclina hasta ambos estamos respirando el mismo aire.
—Espero que sea menos gruñón contigo —susurra. Dominik lo aleja de mí con un tirón en su cuello.
—Quiero cada parte de ti lejos de mi esposa, ¿entendido? —sabía que Heinrich solo estaba bromeando conmigo, pero al parecer, Dominik era un hombre posesivo.
—Por supuesto, Dominik —una risa silenciosa se me escapa al ver como Dominik frunce el ceño ante la forma en la que su hermano pronunció su nombre completo.
Mi risa pareció ser lo suficientemente importante para él, ya que aparta la mirada de su hermano y la posa en mí. Sus ojos recorren mis labios, centrándose en las comisuras de esta, tenía una mirada voraz cuando sus ojos se encontraron con los míos, el que me mirara así hizo trastabillar mi corazón.
—Bueno, cuñada, te deseo suerte con este matrimonio y mi sentido pésame por haberte casado con este ogro —lo sigo con la mirada mientras camina hacia el elevador—. Tengo el presentimiento de que seremos grandes amigos —creo escuchar a Dominik resoplar, más no podría asegurarlo porque estaba riéndome de nuevo.
Antes de que entre al elevador lo detengo levantando mi dedo índice y cuando tengo su atención pregunto:
—¿Puedo llamarte Rich? —deletreo su apodo esperando a que Dominik traduzca, más es mayor mi sorpresa cuando Heinrich asiente.
—Puedes, ya después hablaremos de la señal que usaras para referirte a mí —entra al elevador y cuando las puertas se cierran sigo igual de sorprendida porque sepa lenguaje de señas.
—¿Tú le enseñaste lenguaje de señas? —le pregunto a Dominik cuando regreso mi atención a él.
Asiente y comienza a caminar al comedor.
—Todos mis hombres, al igual que el personal de la empresa, incluso el portero del edificio sabe el lenguaje de señas —abre la silla para mí y continua cuando se sienta a mi lado—. No quería que te sintieras de alguna manera sin voz aquí, tampoco quería que dependieras de alguien para comunicarte. Y cuando asistamos a eventos sociales me tendrás a mí para hacer de portavoz.
Por alguna razón, eso consiguió que mis ojos comenzasen a picar por las lágrimas y que un nudo cerrase mi garganta. Después de Ida y Gretel a nadie más le había importado como me hacía sentir no tener una voz, y el que él hubiera pensado en eso sin siquiera conocerme me oprimía el corazón y me hacía sentir escuchada y valorada.
"Gracias" articulo al mismo tiempo que hago la seña, no había palabras para expresar lo que ese acto significaba para mí, en este punto de mi vida, era lo más considerado que habían hecho por mí.
—No tienes por qué agradecerme —me da una pequeña sonrisa y centra su atención en la comida frente a nosotros. No lo detengo cuando pone en mi plato un par de tostadas, huevos revueltos, beicon, jamón y queso—. ¿Cuáles son tus rutinas diarias? —pregunta al cabo de unos segundos en silencio.
—Por la mañana voy a la universidad, en las tardes visito varios orfanatos para ver cómo están de provisiones y si necesitan que les lleve algo, después paso a ver a mi mejor amiga —término de explicar para luego tomar un pedazo de beicon—. Aunque a veces la rutina puede variar según la universidad.
—¿Dónde ves a tu mejor amiga?
Dudo antes de responder.
—En Kreuzberg —asiente y come en silencio por unos minutos.
—Prométeme que no te separaras de los escoltas y que me avisaras de cualquier cambio en tu rutina —estudio su expresión sin comprender lo que leía en ella, estaba tenso y ansioso—. Por favor, Hanna, prométemelo.
Queriendo a acabar con lo que sea que lo agobiaba, me llevo la mano al corazón y hago una cruz sobre él.
Suspira visiblemente relajado.
—Bien. En la encimera hay un juego de llaves del apartamento, una tarjeta con tu nombre y mi número de teléfono no importa que, llámame si necesitas algo —asiento, su mirada era intensa y sentía que podía ver mi alma—. La tarjeta no tiene límite, así que no te preocupes porque sea rechazada en algún momento —vuelvo a asentir, lo cierto era que el único dinero que tenía en mi cuenta bancaría era lo que el contador de Bernardo depositaba en ella mensualmente y no eran más que unos miles de euros, me daba solo lo necesario para mis gastos personales—. Y otra cosa que quería preguntarte, ¿por qué no tienes silencia de conducir?
Me toma por sorpresa el que sepa eso, así que enarco una ceja en una pregunta silenciosa.
—Investigo a todos los que me rodean —bueno, eso podía comprenderlo—. Entonces, ¿por qué no tienes?
—Nunca me dejaron conducir —tomo la copa con jugo de naranja tras terminar de explicar. Lo cierto era que es mucho más fácil comunicarme
cuando podía usar ambas manos, así no demoraba tanto.—¿Por qué?
—Por mi discapacidad, aunque, sinceramente, no sé qué tiene que ver el que sea muda con mantener el control de un volante.
—Creo que es lo más estúpido que he escuchado en mi vida. Eres muda no ciega —se pone de pie claramente molesto, recoge su plato y lo lleva a la cocina, lo sigo con la mirada tratando de descifrarlo. Era un maldito enigma—. ¿Sabes conducir? —pregunta cuando regresa.
Asiento.
—Gretel me enseñó a escondidas —explico.
—Iremos a sacar tu licencia en cuánto podamos —suelta una maldición en alemán al ver la hora en su reloj, toma la chaqueta del traje y se la pone. Le quedaba perfecto dicho traje—. No olvides tus cosas antes de irte, tu bolso está en la sala junto a tus libros y cuadernos —asiento—. Tal vez llegue un poco tarde hoy, ¿sí? —no sabía qué demonios estaba sintiendo, pero de igual forma asiento—. Bien, cuídate y pórtate bien, —sonrío poniéndole los ojos en blanco.
Puedo sentir la sonrisa en mi frente cuando deja un beso en ella antes de tomar el camino hacia el elevador.
—Y, Hanna —me volteo a verlo—, mis hombres no te dejarán salir hasta que te termines de comerte todo.
Lo pierdo de pista cuando cruza al pasillo. Haciendo el plato a un lado, dejo caer la cabeza contra la mesa.
Tenía que resistirme al azul de sus ojos o iba a quemarme y estaría condenada para siempre.
Aunque, ¿sería tan malo estarlo si era a su lado y me trataba así todos los días y me provocaba estos extraños cosquilleos en el pecho?