Capítulo 3

Hanna Albrecht Klein

Bebo mi segunda copa de champán en lo que van de diez minutos de recepción, agradezco el escozor del alcohol mientras se desliza por mi garganta. La ansiedad se estaba apoderando de mí a medida que cada segundo pasaba. En cuanto el padre dijo la famosísima frase "los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separeuna pesadez se apoderó de mi cuerpo.

Ni siquiera pude decir "acepto" como tal, tuve que limitarme a asentir sabiendo que no tenía opción.

Recorro la estancia sin ver nada en realidad, las personas bailaban, bebían y comían, todos ajenos al caos que era mi mente. Habíamos salido en las noticias, mis compañeros de la universidad se habían sorprendido tanto como yo cuando mi matrimonio salió a la luz.

No los culpaba, yo seguía sin procesarlo del todo todavía.

Sin pretenderlo, encuentro a mi queridísimo padre hablando con uno de los miembros del consejo, a su lado, estaba Isaak. Pongo los ojos en blanco y continuo con mi escrutinio, no sé por qué me sorprendía, era un experto en ser un perro faldero.

Desde que supe del compromiso, una lenta, pero segura ira ha estado acumulándose. Era como una gotera y en algún punto, el maldito vaso iba a desbordarse. Nunca había sido una persona rencorosa o vengativa, siempre había apartado la mirada cuando me humillaban o maltrataban, porque sabía que si reaccionaba las cosas en casa se podrían peor para mí. Ahora, o al menos eso esperaba, mi matrimonio con Dominik me daría cierta libertad, tal vez si me alejaba el tiempo suficiente se olvidaría de mi persona.

Aunque sus recientes acciones disminuían las esperanzas de que fuera así.

No se había separado de mí desde que nos declararon marido y mujer, no sabía si era por mantener las apariencias o por un verdadero interés en mí. Dificultaba que fuera lo segundo, sí, había sido amable y respetuoso desde el momento en que me dio ese anillo, pero lo relacionaba al hecho de quien era mi padre.

Y si esa era su preocupación, de que de alguna manera su manera de tratarme repercute en los negocios que mantenía con Bernardo Klein, entonces se equivocaba. Muy bien podían matarme frente a él y no pestañearía.

Me termino el resto de la champaña, dejo la copa a un lado y de inmediato un camarero se acerca y la rellena, cuando estoy por tomarla, una mano se interpone en mi camino.

Sigo con la mirada ese largo brazo hasta dar con su dueño. Mi esposo me mira con el ceño fruncido mientras se lleva la copa, dejándola fuera de mi alcance.

—No has tocado tu comida.

—¿Importa? —no me importaba parecer una niña malcriada, ya había tenido suficiente de ser controlada y mi padre podía meterse sus amenazas por donde no le daba la luz del sol.

—Sí, lo hace. No te he visto comer nada y ya llevas dos copas de champán, si sigues así, tendré que llevarte a casa en brazos.

Casa. Gracioso, ¿no?

Hace solo unas horas, mi casa era la residencia presidencial, ahora iba a mudarme con un hombre de lo único que sabía era su nombre y profesión.

—Es tu casa, no la mía —hago énfasis en "tú" esperando que entienda la seña y me sorprendo cuando lo hace. Su lenguaje de señas no era básico como había esperado, más importante aún, ¿Por qué conocía el lenguaje?

—Ahora también es tu casa, todo lo mío, es tuyo ahora —sus palabras me desestabilizan por dentro. ¿Cómo podía decir eso cuando acaba de conocerme? ¿No le molestaba estar casado con una desconocida en absoluto? ¿No le gustaría estar con alguien cercano a su edad? ¿O con alguien que pudiera... hablar?

Sacudo la cabeza para mis adentros y aparto la mirada enfocándome en mi comida. No debía darle vueltas al asunto, era mejor así. Pero a medida que pasan los segundos el peso de su mirada se vuelve imposible de soportar, así que lo enfrento.

—¿Qué?

—Nada. Tenemos que dar nuestro baile —se pone de pie y me tiende la mano.

¿Baile? ¿Qué...? Oh, m****a.

La necesidad de irme contra la mesa de cabeza casi me gana. El baile de recién casados, en el que nos presentaban oficialmente como el señor y la señora Albrecht. Me pongo de pie y acepto su mano a regañadientes, odiaba bailar, parecía una escoba tratando de moverse.

—Damas y caballeros, con ustedes el señor y la señora Albrecht —anuncian, un coro de aplausos inunda el lugar a medida que nos acercamos a la pista de baile.

Mi cuello y espaldas están igual de tensos que un alambre, no estaba acostumbrada a ser el centro de atención, en realidad, era invisible, no solo para mi familia, sino para todas las personas que asistían a las fiestas que hacía mi padre. Nadie nunca hablaba conmigo, no porque no pudieran, siempre contrataban a alguien para que hiciera de intérprete, sino porque no querían estar cerca de mí. Y eso estaba bien, disfrutaba el tiempo a solas y cuando quería compañía era la de Ida o Gretel, eran las únicas que no me veían como un bicho raro.

—¿Hanna? —me estremezco al escuchar mi nombre en sus labios, sonaba ha pecado.

Enarco una ceja al mismo tiempo que uno de sus brazos rodea mi cintura acercándome a su pecho. Comenzamos a movernos suavemente, yo solo lo seguía a él, porque si me detenía a pensar en las personas que nos observaban fijamente solo haría el ridículo.

—¿Estás bien? —pregunta, al cabo de unos segundos.

Asiento, bajando la mirada a su manzana de adán, sentía que sí lo seguía mirando a los ojos, lograría ver mi alma y hacerse con ella. Mi cuerpo, a pesar de lo que gritaba mi mente, reaccionaba a su cercanía, a sus cálidos brazos rodeándome, apretándome contra su cuerpo como si no le fuera suficiente lo cerca que estábamos.

Quizás si debí haber comido algo, porque era más que claro que comenzaba a alucinar.

Ahora que lo pensaba bien, fui la única a la que le pusieron un plato de comida al frente, los demás iban y venían del buffet, de hecho, quien me había traído la comida había sido Dominik.

Una idea loca me hace sonreír, debe notarlo, ya que aprieta mi cadera llamando mi atención.

—¿Qué es tan gracioso? —había una suavidad en su tono que no había estado minutos atrás.

—Nada —articulo, sería muy difícil de explicar con ambas manos ocupadas.

—¿Me dirás más tarde que te hizo sonreír? —su pregunta me toma por sorpresa, había esperado que dejara correr el tema.

—Tal vez —una suave sonrisa tira de sus labios, era casi imperceptible, pero debido a la cercanía pude notarla.

Era la primera vez que lo veía sonreír, agregaba cierta suavidad a sus facciones.

—En ese caso, ya quiero que sea más tarde —niego con la cabeza sin poder contener la pequeña sonrisa que tira de mis labios.

Seguimos bailando y medida que pasan los minutos comienzo a relajarme contra su musculatura, pero deja de ser así cuando lo recuerdo.

Más tarde estaría sola con él, en su casa, lugar que desconocía por completo y donde él podría intentar tomar lo que le corresponde como mi esposo.

Un mal sabor se asienta en mi estómago al pensar en lo que podría pasar.

𝕯𝕳

El arroz cae en mi cabello cuando pasamos por el corredor inundado de personas a los laterales. Escucho gritos y palabras de aliento y prosperidad para nuestro matrimonio, sonrío como puedo a la multitud y a las cámaras.

Dominik me suelta la mano cuando llegamos al deportivo que aguarda por nosotros, a su lado, están mi padre y mi hermano. Me acerco a ellos con las cámaras generando presión en mi espalda.

Mañana sería noticia nacional.

Me mantengo a una distancia prudente, más no la suficiente para crear rumores sobre nuestras escasas muestras de afecto.

—Adiós —articulo. No era inteligente usar el lenguaje de señas frente a las cámaras, ya que fácilmente podrían poner un intérprete a la hora de retransmitir las grabaciones.

—¿No vas a darle un abrazo a tu padre, hija? —sonríe.

Me tenso al saber que no puedo negarme, no con público, creí que las distancias me salvarían, pero olvidé tontamente que su apariencia frente a las cámaras lo son todo. En cuanto sus brazos me rodean, deseo correr los más lejos posible de él.

—Recuerda muy bien, Hanna, que no doy segundas oportunidades. Te estaré vigilando y no le digas ni una palabra a tu esposo de que lo paso en casa —paso saliva, contemplando la idea de hacerlo solo para joderlo. Pero era una mala idea, terminaría en una bolsa negra, con suerte, al final del día—. ¿Entendido?

Me alejo de su abrazo y asiento, resignada, comienzo a acercarme a Isaak cuando me toman de la cintura, un olor a cítricos inunda me fosas nasales.

—Creo que es hora de que me lleve a mi esposa a casa, después de todo, ya la tuvieron por veintiún años —una sonrisa tensa recorre el rostro de papá.

—Por supuesto, hijo, vengan a visitarnos cuando quieran.

«Nunca»

Nos alejamos de ellos con una última sonrisa forzada, Dominik me abre la puerta del copiloto y me deslizo en el asiento. El olor a cuero me hace sonreír, de adolescente siempre me gustaron los deportivos, pero nunca me permitieron conducir debido a mi condición.

Tal vez ahora podría hacerlo.

Varias camionetas nos escoltan al salir de la finca, miro por la ventanilla pasar las estrellas a toda velocidad. Estaba agotada, pero mi mente se negaba a dejar de pensar. No sabía qué pasaría ahora con mi vida, quería seguir estudiando y sacar mi título en ciencias políticas, era una de las cosas en las que me habían dado el poder de elegir.

Quería seguir ofreciéndome como voluntaria en los orfanatos e iglesias y si podía, en los rescates de animales callejeros. Todo esto me lo habían permitido, ya que le daba una buena imagen a mi padre, pero ahora, que tenía cierta libertad, deseaba expandirme, realizar campañas, recolección de fondos, etc.

Supongo que tendría que hablar con Dominik de todo esto al día siguiente.

Toco su muslo atrayendo su atención parcialmente.

—Tienes demasiados escoltas —digo.

Me da una sonrisa ladina.

—Se encargan de mantenerme con vida. Y tú también tendrás un grupo de escoltas.

—No necesito uno.

—Si lo necesitas, no pienso dejarte desprotegida y que intenten llegar a mí a través de ti.

Ignoro la ola de decepción que me invade, había creído que se preocuparía por mí en cierto grado.

—Pase toda mi vida sin escoltas, y como ves, estoy sentada aquí a tu lado —sus nudillos se vuelven blancos debido a la fuerza con la que sujeta el volante.

Esa era una reacción que no esperaba y que tampoco comprendía.

—No correré el riesgo de que algo te pase.

Suspiro, si quería ponerme escoltas, bien, iba a deshacerme de ellos de igual forma.

Pasamos el resto del camino en silencio, no presto mucha atención cuando llegamos a la ciudad, más si lo hago cuando llegamos al extremo sur de Tiergarten. Era la zona más céntrica de Berlín y la más exclusiva también.

Estábamos cerca del Parque Diplomático y de la Puerta de Brandemburgo, estaba agradecida por la zona en la que vivía. La universidad me quedaba relativamente cerca y podía movilizarme fácilmente.

Entramos a un conjunto residencial y el auto se detiene, bajo del auto, sin esperar a que me abra la puerta. Los edificios eran de quizás seis pisos, a su vez, eran dobles, por lo que había doce apartamentos. Las columnas se conectaban con otros edificios, había quizá cinco de ellos.

—¿En cuál vives? —pregunto cuando se detiene a mi lado.

—Allá —señala, era el mar cercano a nosotros.

—Supongo que tienes el último piso, ¿no?

—Eso es correcto, pero los otros edificios también son míos.

Tardo varios segundos en procesar la información.

—¿La residencia completa es tuya?

—Y ahora es nuestra.

Me toma de la mano y me guía al interior del edificio. ¿Qué loco compraba un conjunto residencial entero? ¿Qué hacía con tantos apartamentos?

Saluda al portero con un asentimiento y nos presenta, luego continuamos el recorrido hasta el elevador. Me suelta la mano y me limpio las palmas en el vestido, cuando llego la hora de irnos, deje el hermoso vestido de novia por uno sencillo de color rosado pastel. Me llegaba a la mitad del muslo y se sujetaba a mi cuello, me había dejado los tacones blancos de aguja.

La ansiedad comienza a invadirme, más me repito para mis adentros que debo calmarme. Tal vez no haría nada y me dejaría ir a dormir, y en caso de que no fuera así, tal vez podríamos razonar y llegar a un acuerdo, en el que yo por supuesto consintiera la situación.

Cuando las puertas se abren soy un manojo de nervios a punto de desmayarse, la sala era espaciosa, pisos de hormigón, ventanas curvas y paneles de madera. Miro la estancia escasamente decorada, solo había lo necesario, nada de cuadros o fotografías a la vista.

Era algo frío, pero acogedor.

—Si algo no te gusta, puedes cambiarlo —dice a mi espalda, me doy la vuelta y asiento—. Bien, solo quiero que estés cómoda y que con el tiempo puedas llamar a este lugar hogar.

Vuelvo a asentir, sus palabras eran amables, quizá dulces, pero en mi mente no había lugar más que para pensar en el elefante en la habitación. ¿Qué haría si intentaba forzarme?

—No tienes que mirarme como un corderito asustado, Hanna. Sea lo que sea de lo que tengas miedo, deja de pensarlo, nada malo va a pasarte.

¿Cómo podía asegurar eso cuando era de lo que él podía hacerme, de lo que tenía miedo?

—¿Quieres ver la habitación? —pregunta, por el tono que usaba, quizás si parecía un cordero asustado.

Me sentía como uno, no quería salir de una jaula de oro para entrar a otra.

—¿Qué vas a hacerme? —mis manos tiemblan ligeramente mientras hago la pregunta.

Su ceño se frunce sin entender, así que comienzo a repetir la pregunta cuando dice—: Entendí, lo que no comprendo es a lo que te refieres.

¿Cómo que no lo hacía? ¿No era simple de comprender?

—Consumar la unión —explico.

Sus cejas se disparan para después apretar la mandíbula y las manos.

—Pensaste que te forzaría —mas que una pregunta, lo dice como una afirmación, de igual forma asiento. Suspira y tira de su cabello—. No sé qué demonios te habrá dicho tu padre, pero no pienso hacer tal cosa. Eres mi esposa, mi igual, por lo tanto, te mereces mi respeto y protección, no abusos y denigraciones.

Paso saliva sin creerle del todo.

—Dormiremos en camas separadas hasta que tú lo quieras, ¿te parece bien? —la preocupación y compresión relucía en su rostro, así que, dándole un gramo de confianza, vuelvo a asentir y doy un paso hacia él.

Hace ademán de tomarme la mano, pero lo piensa y da un paso atrás. Lo sigo cuando comienza a caminar, subimos las escaleras quedando en lo que parecía ser la habitación principal, abarcaba toda la zona. Frente a la cama matrimonial, había una gran vista, había dos puertas, una quizás daba al baño y otra al guardarropa.

—Usarás esta habitación.

—¿Es la tuya?

—Iba a hacer de los dos, pero utilízala hasta que estés lista para dormir conmigo y si ese no es el caso, puedes quedártela de igual forma.

Espera.

—¿Tú quieres dormir conmigo? —no comprendía por qué él querría tal cosa.

—Hay muchas cosas que quiero hacer contigo, schatz —se acerca y deja un beso en mi frente, y tomando en cuanto lo aturdida que estaba no lo detengo—. Cierra las cortinas y desliza la puerta corrediza para que tengas privacidad.

«Tesoro»

Sin decir otra palabra, se va de la habitación. 

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