Capítulo 4

Dominik Albrecht

El dulce sabor de la cerveza inunda mis papilas gustativas, aligerando mis pensamientos. Me encontraba en mi despacho, tenía cosas que hacer con mis hombres, pero eso implicaba salir del apartamento y dirigirme a uno de los otros edificios, y no haría tal cosa. Quería estar lo más cerca posible de Hanna, no sabía cómo se sentía para ella dormir en la casa de un extraño y en caso de que necesitara algo, yo deseaba estar ahí.

Me enfoco en la laptop y analizo detalladamente uno de los videos que conseguí recientemente sobre nuestro presidente, había estado muy distraído la última semana con lo de la boda y ahora que la tenía aquí en casa conmigo, mi mente estaba en calma.

Sonrío ante lo que veo; Bernardo Klein era un bastardo hijo de puta, conocía cada uno de los engaños que había utilizado para llegar a la presidencia y su hijo era otro trozo de tela cortada por la misma mano. Lo que desconocía de todo esto, era lo retorcido que estaban y lo bajo que habían llegado para conservar el poder, mi trabajo era destruir a hombres como ellos y el muy imbécil creía que con haberme casado con su hija estaría callado.

Iba a disfrutar volviéndolos cenizas, ellos intentaron meterse con mi negocio y yo iba a joderlos.

Tomo el teléfono sin apartar la vista de la pantalla, le marco a mi hermano y este atiende al quinto tono.

—¿Qué demonios, Dom? Son las jodidas tres de la mañana —dice con la voz áspera por el sueño. Miro el reloj en mi muñeca percatándome de ese hecho.

Jodido insomnio.

—No vi la hora —me excuso—. Envía a un grupo de tus hombres al Golden Gate mañana por la noche.

—¿Qué buscamos?

—Harán una entrega y quiero que la intercepten. Te enviaré los datos del camión por si alguien llega a detenerlos.

—Está bien, ¿algo más? —sonrío al notar la molestia en su voz, era un gruñón cuando le interrumpía el sueño o no dormía bien.

—Pasen desapercibidos, aún no quiero que esto llegue a los oídos del presidente —suelto la última palabra con desdén—. Y en tal caso de que quiera señalarnos a nosotros, pon como precaución a uno de los hombres de Volker por el lugar; así se centrara en su gente por un tiempo.

—Si me llamas es porque sabes que hago bien mi trabajo, imbécil, pero te tomaré la palabra con lo último, no estaría mal un poco de diversión. Y ya anda a dormir, a beber o a follar, pero duerme de una puta vez. Parecerás un anciano cuando llegues a los cuarenta —rio reclinándome en la silla.

—Estoy seguro de que ese serás tú, no soy quien se pone como un bebé cuando interrumpen su preciado sueño —me burlo.

—Es porque hay personas que si disfrutan dormir —escucho cuando tapa el micrófono para hablar con alguien, quizás, después de todo se había reconciliado con Ilsa en la fiesta. En esta ocasión cuando habla no hay rastro de broma en su voz—. ¿Son las pesadillas de nuevo?

Miro a un punto fijo al pensar en su pregunta.

—La verdadera pregunta es, ¿cuándo no lo son, Rich? —desplazo la mirada hasta detenerla en la puerta, había escuchado un ruido, quizás proveniente de la cocina.

—Sabes que podrías tomar las pastillas...

—No pienso drogarme para poder dormir —digo, molesto.

—Pero necesitas descansar, eres un ser humano, por lo tanto, te agotas, tanto física como mentalmente —sabía que tenía razón con ambas cosas, pero cuando tomaba esa m****a, se me jodía la cabeza.

—Hablamos mañana, Ilsa va a querer quitarme las pelotas si sigo llamándote por las noches —bufa al escucharme.

—Creo que ya se acostumbró —suspira—. En serio, Dom, tienes que buscar ayuda para poder dormir, eso no es sano.

—Lo sé —cuelgo la llamada impidiéndole que continúe. Habíamos tenido esta conversación infinidad de veces, pero el resultado era el mismo, yo sin poder dormir y el preocupado porque un día termine loco.

Lo cierto es que había intentado de todo para dejar el insomnio atrás, pero nada funcionaba, así que terminó siendo una costumbre el quedarme hasta tarde trabajando y dormir cuando mi mente ya no podía más, a lo que se traducía tres o cuatro días sin descansar para que eso pasara.

Me levanto de la silla y salgo del despacho, a simple vista no había nada fuera de lugar, las luces estaban apagadas y las puertas cerradas, pero si afinaba el oído podía escuchar a alguien caminando por la cocina tal y como había supuesto antes.

Me acerco con las manos en los bolsillos y al llegar me recuesto en el marco de la puerta corrediza. Hanna estaba de pie dándome la espalda preparando lo que parecía ser un sándwich. Recorro su cuerpo con la mirada, llevaba una de mis camisetas, esta le llegaba por encima de la rodilla y le quedaba un poco ancha. Podía ver la curva de su trasero marcándose a través de la tela y al detener la mirada en su espalda me percato de que no lleva sujetador.

Su cabello miraba en todas direcciones, era como si hubiera dado vueltas en la cama desde que la dejé sola en la habitación.

—¿Qué haces? —deja caer el cuchillo al escucharme, su sobresalto me hace sonreír.

Leo sus labios cuando articula un "M****a" al ver su dedo índice. Me acerco rápidamente y lo tomo entre mis manos.

—¿Te duele mucho? —Un hilillo de sangre salía de la yema de su dedo, se había cortado al intentar agarra el cuchillo.

—Solo un poco, pero no es nada —responde con la mano libre. Se desprende de mi agarre gentilmente y se lleva el dedo a la boca para chupar la sangre.

Sin poder evitarlo me concentro en la forma de sus labios, labios que había querido devorar en cuanto los vi. Apenas había podido rozarlos al final de nuestra unión, se había apartado como si mi toque la quemara. Aparto la mirada, no queriendo hacerla sentir incómoda y para que no pudiera ver la creciente erección en mis pantalones, se me había inundado la cabeza con imágenes de ella usando esa boca para otra cosa.

Abro uno de los cajones y saco el botiquín de primeros auxilios, antes de percatarme de los que estaba haciendo la tomo de la cintura y la siento en la encimera dejándola a mi altura. Tomo una tirita del botiquín y extiendo mi mano en una petición silenciosa, cuando saca el dedo de su boca me quedo viendo este cubierto por su saliva.

Saliva que ahora quería ver en otro lugar.

Abro la llave del fregadero y limpio su dedo con cuidado de no hacerle daño, en realidad, quería hacer eso con mi boca, pero no creía que tal acción fuera bienvenida. Al terminar, la seco y cubro el corte con la tirita, beso su dedo cuando termino. Guardo la caja de primeros auxilios en su sitio bajo su atenta mirada.

—¿Qué pasa? —pregunto, al ver la confusión en su rostro.

—Nada —responde, me acerco a donde está y la tomo de la cintura cuando veo que intenta bajarse por su cuenta de la encimera, se aleja de mi tacto en cuanto sus pies tocan el suelo. Me mira unos segundos en silencio antes de preguntar—: ¿No puedes dormir?

Toma el sándwich y comienza a comer de pie frente a la encimera, detallo su figura nuevamente. Hanna era pequeña, me llegaba al pecho, sus muslos eran un poco anchos, tenía una cintura pequeña y sus brazos al igual que su rostro eran delgados, y su peso era muy liviano para alguien de su edad.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —pregunto, ignorando su pregunta anterior. Aparta la mirada e intenta dejar el sándwich a un lado—. No, tienes que comer. Apenas tocaste lo que te di en la recepción de la boda.

—¿Ya no quieres saber que me estaba haciendo reír cuando bailábamos? —los movimientos de sus manos son rígidos al hacer la pregunta.

—No volveré a preguntar, Hanna. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? —veo el momento exacto en el que cede.

—¿Prometes no hacer nada cuando lo sepas?

—Si alguien te lastimo, entonces no puedo prometer tal cosa.

Duda unos segundos hasta que responde.

—Cuando no hacia lo que querían o me comportaba inadecuadamente me dejaban tres días en mi habitación sin comer —no me mira a la cara mientras lo dice, tomo sus manos que se quedan suspendidas en el aire unos segundos de más.

—Te mataban de hambre esos hijos de puta —siseo. Acaricio el dorso de sus manos esperando a que esté lista para mirarme y cuando lo hace digo—: Si los quieres muertos por toda la m****a que te hicieron, te los traeré y los pondré a tus pies.

La sorpresa inunda su rostro, el miedo reluce en su mirada, pero también algo más, algo más oscuro y que me encargaría de sacar a la luz. Se libera de mis manos para poder preguntar:

—¿En serio los matarías?

—Sí, lo haría. Y el hecho de saber cómo te trataron solo aumenta mis ganas de hacerlo —lo que ella no sabía era que, me lo pidiera o no, su padre y su hermano terminarían muertos, si los dejaba vivos después de lo que les haría algún día vendrían por mí y por ella y eso era algo que no iba a permitir.

—¿Cuándo dices "trataron" que es a lo que te refieres? —Mierda. Había hablado más de lo necesario sin darme cuenta, aún no podía saber cómo la había estado siguiendo y espiando los últimos meses.

Sabía todo de ella, gustos, comidas favoritas, el horario de sus clases, a donde iba dos veces por semana para verse con su mejor amiga... Era jodidamente enfermo, lo sabía, pero no había podido controlarme. Lo único de lo que me abstuve fue de hackear todos sus dispositivos, al menos no lo hice directamente. Leí todas las conversaciones que tuvo con su amiga y en ella relataba todos los maltratos que sufrió a manos de su padre y hermano, lo que nunca mencionó fue el hecho de que la dejaban sin comer por días.

—Todo el que tenga ojos pudo darse cuenta de la manera en que te trataban —era una mentira a medias, si era cierto que había rumores desde hace años sobre la manera en la que el buen presidente trataba a su hija, pero nadie se atrevía a decirle algo por miedo—. Nunca tendrás que regresar ahí, ahora eres mi mujer, y todo aquel que se atreva a siquiera pensar en hacerte daño acabara muerto.

No sabía muy bien como descifrar su expresión, tal vez el hecho de que sepa que soy capaz de matar, específicamente por ella, pueda disgustarle. Pero no se había casado con un buen hombre, nunca lo había sido y nunca lo sería, y ella tenía que saber eso más temprano que tarde.

—Te prepararé otro sándwich —digo, al ver que sigue sin decir nada.

Pasamos los siguientes minutos en absoluto silencio, podía sentir su mirada sobre mí y escuchar los engranajes de su cabeza trabajando para poder descifrarme, pero tal tarea sería un tanto difícil cuando desconocía la otra parte de mi mundo.

Cuando se va a dormir me quedo en la sala estudiando mis siguientes pasos a seguir, tal vez podía jugar un poco más con el presidente y su hijo, así, cuando llegara la caída, no quedaría nada de sus repugnantes personas.

Hanna no había tenido a alguien que la protegiera toda su vida, pero ahora la tenía y no solo me encargaría de poner el mundo a sus pies, le enseñaría que tan satisfactorio puede ser cuando es a ti que te temen y no tú a ellos.

 

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