La noche cayó y el reloj siguió avanzando, pero Maximilian aún no había regresado a casa.
Isabella se aseguró de que su hija, Adeline, ya estuviera en su habitación antes de volver a la sala. Justo entonces escuchó el sonido de un auto entrando en el camino de entrada.
—Debe ser Maximilian… —murmuró con una leve sonrisa mientras se dirigía a abrir la puerta.
Efectivamente, era él.
—¿Por qué llegas tan tarde, Maximilian? —preguntó Isabella con suavidad.
Pero Maximilian no respondió. Simplemente pasó a su lado y entró. Isabella lo siguió, preocupada.
—No has cenado, ¿verdad? Ven, te preparo algo —dijo con ternura.
Aun así, él no contestó. Seguía ignorándola, casi como si la evitara a propósito. En cuanto Isabella se dio cuenta, se apresuró a rodearlo por detrás con los brazos.
—Maximilian… ¿por qué me tratas así? ¿Estás molesto conmigo? —susurró, con la voz temblorosa—. Lo siento por haber dudado de tu decisión. Yo solo… solo quiero que Adeline sea feliz.
Apoyó la frente contra su espal