40

Unas horas más tarde, Isabella se despidió y se fue a casa.
Mientras caminaba por la calle silenciosa, sus pensamientos eran pesados, y su pecho se le oprimía con un dolor casi insoportable. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron finalmente a caer, una tras otra.

Hizo señas para un taxi, pero antes de subir, su teléfono sonó. Metiendo la mano en su bolso, lo sacó. En la pantalla apareció el nombre de Max. Dudó un momento antes de contestar.

—Hola, Max.

—¿Dónde estás? Estoy en la casa de tu madre, pero no estás —dijo Max al otro lado.

—Tuve que hacer un recado. Ya estoy de camino de regreso —respon

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