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Mientras tanto, Max no podía sacársela de la cabeza. Cada vez que abría los ojos, la veía: la forma en que sonreía al saludarlo por la mañana, el sonido de su risa mientras le preparaba té. La casa se sentía fría y vacía sin ella.

—¿Por qué sigo pensando en ella? —murmuró amargamente—. ¿No era esto lo que quería desde el principio?

Gruñó, pasando las manos por su cabello con frustración.

—Dios… estoy perdiendo la cabeza —susurró, cubriéndose el rostro con ambas manos.

Justo en ese momento, su teléfono vibró junto a él.
La pantalla se iluminó:

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