Isabella volvió a recostarse en la cama, cerrando los ojos mientras los recuerdos de su madre y su padre la invadían. Recordó los momentos de alegría y dificultad que habían enfrentado juntos, la calidez de sus risas y la fuerza de su vínculo. Su pecho dolía intensamente al pensarlo. Todavía no podía creerlo. Ese mismo día insoportable había llegado otra vez. Las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas.
—Dios mío, ¿por qué sigues quitándome a las personas que amo? Sabes cuánto amaba a mis padres… ¿por qué tenías que llevármelos? —susurró en su corazón.
—Isabella —llamó Max suavemente, apartándole las lágrimas del borde de los ojos con el pulgar. Isabella abrió los ojos lentamente.
—¿Sí? —murmuró, sin mirarlo.
—¿Amas a tu padre? —preguntó Max con voz baja.
—Lo amo… tanto, tanto —susurró Isabella, con las lágrimas cayendo aún más rápido.
—Entonces, ¿por qué sigues llorando? —dijo Max con ternura—. ¿No te alegra que tu madre finalmente pueda estar con él en el cielo? Él también nece