Maximilian siguió los pasos de su esposa hacia la mesa del comedor. Justo cuando estaba a punto de sentarse, se escuchó un golpe en la puerta principal. Isabella se levantó para abrir, pero Maximilian la detuvo.
—Yo iré. Debe de ser Miguel —dijo él.
Isabella asintió.
Maximilian se levantó de su asiento y fue a abrir la puerta. Tal como había supuesto, el visitante de aquella mañana no era otro que Miguel. Al verlo completamente empapado, Maximilian no pudo evitar mirarlo con sorpresa.
—Max —lo saludó Miguel.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás empapado? —preguntó Maximilian, tirando suavemente de su camisa mojada.
—Una mujer loca me arrojó agua de la nada —respondió Miguel, visiblemente molesto.
—¿Qué clase de mujer loca se atrevería a hacerte eso? —rió Maximilian ante la expresión irritada de su hermano.
—Muy gracioso. De verdad disfrutas verme sufrir, ¿eh? —refunfuñó Miguel.
—Está bien, deja de quejarte. Entra, ponte una de mis camisas y desayunamos juntos. Isabella ya preparó la comida —