Celos y mentiras

El martes empecé a prepararme por la mañana, recibí un mensaje al teléfono, privado, de Enzo. Él jamás se comunicó conmigo por teléfono, todo era correo elecrónico y llamadas de trabajo. Se presentaría en el apartamento sobre las cinco de la tarde y ya se me hechaba el tiempo encima.

—Te preparas demasaido para ver sólo a tus compañeros, ¿no? 

Le miré através del espejo del baño mientras me rizaba un poco las puntas del pelo. Estaba ya al caer y no quería sacar el collar de su caja hasta que Evan no me viera, lo guardé en mi bolso para ponérmelo de camino. Me la hubiera liado si hubiera visto esa joya.

—Es que Enzo nos llevará a un club de golf. Sabes cómo se visten todos en la empresa, no quiero ir como me visto para la universidad.

Asintió, se cruzó de brazos en el marco de la puerta y me repasó con los ojos. Le vi sonreír y se puso detrás de mi abrazándome la cintura. Apoyó su barbilla en mi hombro y cerré los ojos un segundo imaginando que era el principio. Pero no lo era y ya no me aceleraba el corazón.

—Estás de lo más sexy, nena —su mano se abrazó a mi cuello y me lo apretó girándome la cabeza—. Te quiero.

Me besó con fuerza apretando su mano a mi cuello. Fue un beso bruto y cuando se alejó no esperó ni a que le dijera que le quería de vuelta. No lo hacía pero tampoco creo que le importara mucho. Me alisé de nuevo el vestido, era precioso y me molestaba pensar que no tendría más ocasiones de usarlo.

Veinte minutos después escuché el timbre de casa y arrugé el ceño. ¿Enzo? Corrí a la habitación y me senté en el borde de la cama que seguía sin hacerse desde que esa mañana se lo pedí a Evan. Me metí en los tacones y cuando estaba arreglando el bolso Evan entró y cerró la puerta del cuarto de un portazo. 

—¿Se puede saber por qué viene aquí ese hijo de puta? 

—Ya te lo he dicho, tenemos una reunión. No empieces, Evan. 

¿Y qué hacía allí? Pensaba que me esperaría en la calle, ¡o que mandaría a alguien a recogerme! 

—¿Una reunión? Y viene él. ¿Te crees que soy gilipollas? ¿A dónde vas? 

Me levanté de la cama y con los tacones era ligeramente más alta que él. 

—¿Quieres discutir ahora? ¿De verdad? —solté y mi acento acrecentó. Pasé por su lado agarrando mi teléfono del cargador y Evan se puso frente a la puerta—. Quítate. 

—¿Te lo vas a follar? 

Le hubiera gritado, se hubiera formado una de nuestras discusiones pero Enzo estaba ahí y no era el plan.

—Aparta, Evan —dije mucho más dura—. Follará mejor que tú, seguro —solté en ruso. 

Era una ventaja de ser Rusa, decir cosas que pensaba y que no diría para que me entendieran. 

—No me gusta que hables en ruso, lo sabes. ¿Le gimes también en tu idioma? 

Levanté la mano y chocó contra su mejilla. Evan me miró con los ojos oscuros y apretó la mandíbula frotándose la cara. Pude empujarle lejos de la puerta y me coloqué el bolso al hombro. 

—Ni se te ocurra hablarme así de nuevo.

—¿O qué? —me encaró y ni siquiera me intimidó. 

Había lidiado demasiado con personas y con esa actitud, desde pequeña, había aprendido a sobrevivir a eso. 

Levanté el dedo y lo pasé por el cuello de su camiseta manchado de cerveza. Sus padres me querían y me habían hablado varias veces preocupados por su hijo y su nueva afición a la cerveza y al alcohol. Querían meterlo en rehabilitación. 

—¿Quieres ir a rehab? 

Apretó la mandíbula y tiró del pomo de la puerta empujándome levemente. Ya olía a cervezas, a demasiadas, por eso era tan capullo. Me hizo resoplar y salí detrás de él. Le dio una mirada a mi jefe y no me solía avergonzar, no era mi culpa que Evan se pusiera en esos planes cuando bebía, pero me volví roja por la vergüenza y por el enfado. 

Enzo ni siquiera pegaba allí arriba, en la puerta de una apartamento como el nuestro que tenía una pila de cervezas apiladas en la mesa frente al sofá y a un idiota con ganas de pelea mirándole así de mal. Enzo vestía como jamás vi a Evan, con un traje perfecto que le quedaba como a un guante, peinado de una forma casual pero que le hacía muy atractivo y se cuidaba. Me mordí el labio y agité la cabeza caminando hacia él. Sus ojos negros me repasaron el cuerpo y se colocó las mangas de su americana. Me dio un asentimiento de cabeza y sentí de repente el tirón de Evan en mi brazo que me hizo tropezar cuando me besó de forma brusca. Sonrió en mi boca y le vi abrir los ojos y mirar a mi jefe. 

Menudo capullo —solté y me alejé de él.

—Te veo por la noche, nena —se despidió y le agitó la cabeza a Enzo.

Prácticamente huí de casa para no aguantar más la vergüenza. Cerré la puerta y me pasé la mano por el pelo. Enzo abrió la puerta que daba a las escaleras.

—Siento eso —me disculpé.

Él agitó la cabeza y se puso al pie de las escaleras ofreciéndome su brazo para bajar. Fue un gesto de lo más caballeroso. 

—Sabía que era un capullo por lo que dijiste pero no tanto —comentó.

Abracé mi brazo con el suyo y me sujeté un poco la falda del vestido para bajar los escalones uno a uno. Normalmente y con mis zapatillas a la hora de ir a la universidad baja las escaleras corriendo y saltaba los dos últimos escalones. 

—Puede serlo mucho más —aseguré. 

Enzo me miró y se pasó la mano por el pelo. Su brazo estaba duro, mucho más de lo que esperaba y su mano agarró la mía para bajar con los tacones y con algunos escalones que eran muy estrechos. Tenía la mano dura y algo áspera, y era mucho más grande que la mía con algunas cicatrices; además tenía la piel levemente bronceada por el sol de la ciudad y yo era pálida, no venía de un sitio con mucha luz. 

—¿Le has insultado? Has hablado en ruso. 

Sonreí.

—Algo así. 

Enzo me miró y no sonrió, no hizo ni el esfuerzo pero sus ojos me repasaron de nuevo. No comentó nada más hasta que llegamos a la entrada del edificio y me abrió la puerta. Eran gestos bastante caballerosos, supuse que el dinero y los diez años que me sacaba hacían de él un hombre tan gentil. Evan era todavía un niñato. 

—Gracias —sonreí aunque me costó. No estaba teniendo el mejor día. 

—Estás muy guapa.

Ahí sí sonreí. No estaba acostumbrada a eso.

—Gracias —repetí y me pasé las manos por la tela del vestido—. Analía me tuvo horas dándo vueltas, pensé en despistarla en un par de tiendas. No fue necesario que la pagaras. 

—Ya me dijo que no quisiste gastar todo el dinero de la tarjeta, y me la devolviste con crédito. 

Me encogí de hombros. Era su dinero y ya había pagado los dos años siguientes de mis estudios, era suficiente porque con esa ayuda ya pude ahorrar de más y mi cuenta de ahorros se hizo más grande así que veía más cerca la posibilidad de poder irme del lado de Evan. 

—Me llegó la carta de la universidad, has pagado el resto de mi carrera, eso es suficiente. Ese era el trato. 

Pensé ver un coche deportivo, el que casi siempre llevaba a la empresa, pero había un todoterreno increíble aparcado delante de mi edificio. Enzo no me soltó el brazo y fue lo mejor porque estuve a punto de irme de bruces contra el suelo con las grietas del asfalto. Me soltó el brazo y su mano se apoyó en mi espalda cuando me abrió la puerta del copiloto y tuve que trepar hasta el coche. Jamás estuve sentada en un coche cómo aquel, era de lo más cómodo y tenía demasiados botones y una pantalla enorme dónde mi coche tenía una radio que de milagro encontraba las frecuencias de música. Me alisé el vestido y Enzo cerró mi puerta; en lo que rodeaba el coche yo abrí mi bolso y saqué el collar intentando ponérmelo a tientas. Cuando él me vio batallar ya dentro del coche, sus dedos gruesos tomaron el collar y giré el cuello sintiendo un escalofrío cuando sus manos me rozaron el cuello muchas veces mientras me abrochaba el collar. 

—¿Por qué no te lo has puesto antes? 

—¿Y aguantar a Evan con más preguntas? Paso. 

—Tampoco le has dicho lo que está pasando. 

Soltó el collar y me lo acomodé.

—Le has escuchado, y se había creído lo de la reunión. ¿Por qué has venido tú? 

—Te lo dije, dijiste que estaba bien.

—Ya, pero pensaba que no sería así de verdad. Además, ¿cómo sabes dónde vivo? 

—Tengo tu dirección, como la de todos los empleados. —Estiró el brazo delante de mi cara hasta abrir la guantera y cogió un par de cajas pequeñas—. Póntelo. 

El anillo. Me esperé algo mucho más normal, un anillo simple de oro o de plata, de lo que fuera, me valía uno de plástico pero no fue el caso. Abrí la pequeña caja y levanté las cejas. 

—¿Esto? —dudé. 

Enzo se acomodó su anillo al dedo, el suyo sí era normal, uno de oro muy normal, lo más simple.

—Póntelo. 

—Pero...

Giró la llave en el contacto y no me contestó, sólo arrancó. Dudé un poco más mirando esas piedras grandes y preciosas que decoraban la anilla de oro. Contrastó muy bien en mi piel blanca, la esmeralda verde y el diamante estaban dispuestos de forma levemente diagonal y era el anillo más bonito que jamás vi y el anillo que jamás nadie me daría de verdad. Pero era de oro. 

—Es precioso —dije—. Pero es de oro.

—¿Y eso qué? 

—Eres un marido falso pésimo. No me gusta el oro. 

—A todas os gusta el oro.

Arrugué el ceño. 

—Ese color de joyería de señora mayor. No te culpo, las mujeres con las que debes estar serán así. 

Giró la cabeza y me echó una mirada pero yo seguía embobada con el anillo que relucía bajo el sol. ¡Era perfecto! 

—¿Crees que salgo con señoras mayores?

—Tú eres un señor mayor. 

Me llegó a poner nerviosa demasiadas veces a lo largo de ese año de trabajo porque se expresaba sin sentimientos, sin cambios de tono de voz, y era raro. A veces parecía un mafioso. 

—Sólo te llevo diez años. 

Bastante bien llevados —dije, para eso servía mi ruso—. Tienes cosas de señor de cincuenta. 

—¿Me has insultado?

Me reí y por fin dejé caer mi mano en mi regazo. 

—Aprende ruso. 

El camino fue largo, cuarenta minutos de viaje y se terminó haciendo incómodo porque Enzo no era tan hablado una vez acordadas las cosas. Tenía una vida privada, nadie sabía nada ni siquiera yo o Jasmine que éramos sus secretarias. Podría funcionar. 

Entró en un recinto privado diciendo su nombre a un receptor electrónico que abrió dos puertas enormes de metal que cortaban la carretera. Avanzó más, yo quise sacar la cabeza por la ventana para mirarlo pero hubiera quedado muy mal y me conformé con mirar desde dentro del coche. Llegamos a una casa enorme y Enzo bordeó la rotonda frenando justo frente a una puerta con una alfombra roja. Se desabrochó el cinturón y estuve confusa hasta que un señor con traje salió detrás de un mostrador en el que se leía: APARCACOCHES. Me quité el cinturón yo también y abrí la puerta justo cuando el hombre trajeado hizo el intento. Me miró raro pero lo dejé pasar cuando salté del todoterreno. 

Enzo chasqueó la lengua y le pasó las llaves del coche dándome una mirada. 

—¿Qué? —dudé.

—A la próxima deja que te abra la puta puerta —me ordenó. 

Puse los ojos en blanco pero recordé mi papel y me puse recta, nada de andar encorvada y darle malas caras a la gente. Pretendí estar trabajando que prácticamente era lo que hacía. 

—Sé abrirme la puerta yo sola —fue lo último que dije en voz baja sólo para los dos. 

Se colocó la americana y levantó la cabeza ofreciéndome de nuevo su brazo. Era demasiado, nadie caminaba así en la vida real ni se portaba así, era demasiado elgante, refinado y estirado para mi. <<Finge, Ekaterina, dos años pagados de universidad>> <<Ahorrar y dejar al capullo de Evan>> <<Vivir el sueño americano>> Me repetí eso en la cabeza una y otra vez mientras caminaba junto a Enzo dentro de esa casa de reuniones. Estaba llena de gente cuando entramos y había una puerta corredera enorme que daba a un patio perfecto con más personas demasiado bien vestidas que se reían falsamente chocando sus copas de vino. El ambiente ya se me echó encima como un saco que mentiras. 

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