Compras

Al día siguiente volví a rutina y después de clases, cuando pasé por el apartamento para cambiarme y comer, Evan no estaba así que pude relajarme sin tener que aguantarle mucho. 

Me enfundé en otra falda de tubo marrón sobre las rodillas y acomodé por dentro una camiseta de manga corta blanca y alisé la americana a conjunto con la falda en la percha antes de ponérmela. Me recogí el pelo en una coleta, como todos los días, aún así el largo de mi cabellera negra me tocaba los hombros. 

Tuve que recoger las cervezas vacías de la mesa de la cocina y saqué la basura a punto de explotar. Como mucho, por lo menos tenía coche (más dinero gastado), no era un coche increíble pero me llevaba del apartamento al campus y a la empresa. Tenía una tarjeta para el parking exclusivo y una plaza de garaje privada. Todo el mundo en la empresa tenía coches mucho mejores que el mío, algunos no los entendía porque eran coches demasiado caros para la única utilidad que tenían: ir de un lugar a otro. 

—Buenos días, Kate —me saludaron los hombres de seguridad del parking. 

Apreté los labios y les agité la mano. Cogí el ascensor que me dejaba directamente en la última planta. Enzo ya estaba, escuchaba música salir de su despacho y cogí el relevo de su secretaria de mañanas. Ella era otra chica joven, y era más de su edad, ¿por qué me lo pidió a mi? Jasmine se lanzaría a su bragueta encantada, babeaba demasiado por él. 

—Hasta mañana, Ekaterina —se despidió. 

Odiaba como la gente pronunciaba mi nombre, a nadie le salía y me ponía nerviosa, por eso era Kate. Pero ella lo hacía por fastidiar, porque no nos aguantábamos. Ella, para mi, era una mujer inútil que vivía por y para los hombres, todos en la empresa sabían que se había metido a trabajar como su secretaria para terminar con Enzo; yo, para ella, debía ser una rusa estirada que cumplía su trabajo y no le permitía faltas de respeto. Opuestas, deseaba que se quedara atrapada en el ascensor. 

Resoplé y me senté el taburete organizando todos los papeles que ella jamás ponía en orden. Me tiré diez minutos para organizar su agenda con los post its que ella dejaba pegados en la mesa para que yo hiciera su trabajo también. Y sonó el teléfono con el número del despacho. 

—Tu esposa de mentira, ¿en qué puedo ayudarte? 

—Ven al despacho. 

Resoplé, quería terminar todo lo pendiente antes de volver a meterme en ese rollo del matrimonio religioso. Me ajusté la falda y los tacones antes de caminar a su despacho y sentarme en la silla frente a su escritorio. 

—¿Te has comprado atuendo para ir a la reunión? —me preguntó. 

—Mi día tiene veinticuatro horas de estrés, lo haré este fin de semana con tiempo. 

Y con suerte cuando Evan se largara a sus vacaciones de pesca. 

Enzo asintió y se quedó un rato en silencio, mirándome. 

—¿Eso era todo? Tengo un montón de cosas por hacer.

—¿Cuándo nos conocimos? 

Fruncí el ceño. ¿De qué hablababa? 

—El año pasado. ¿Intentas hacer eso de crear una historia? 

—Si nos preguntan no voy a decir que esto es un contrato.

—Ya, es poco cristiano —me burlé—. Pero también es ridículo que estemos casados si nos conocemos de hace un año. Puedes decir que estamos prometidos, o algo de eso; tampoco sé porqué deberían hacerte preguntas ni que les interese tu vida si es sólo por dinero.

—No los conoces, es una puta competición. Necesito a estos socios. 

—¿Es que no tienes dinero ya de sobra? 

—Podría tener más.

Me hizo resoplar. El dinero no lo era todo, aunque a mi me venía bien y el trato ya estaba firmado. Era una gran ayuda. 

Levanté las manos y me acomodé para empezar con la gran mentira. 

—¿Entonces? —pregunté. 

—Piensa. 

—¿Podemos pensar mientras trabajo? De verdad que tengo mucho que hacer. 

Me siguió hasta mi escritorio alto y se cruzó de brazos sobre él mientras apuntaba lo de los post its en su agenta. Apuntaba, despegaba y encestaba en la papelera. 

—¿De qué parte de Rusia eres? 

—San Petersgurbo. Veinte años. 

—Ya, me he leído tu currículum de nuevo. ¿Periodismo? 

—Sí. 

—Tu novio no existe, así que haz que no te llame o te escriba en todo el día. 

—Fácil —me reí. Cuando salía con sus amigos eran sólo tíos, se acordaba de mi sólo por las noches y esperaba para entonces ya estar de vuelta en casa—. ¿Algo más? Siempre puedo fingir que yo no hablo inglés.

—Pero yo no sé ruso. 

—Qué gran esposo que no se interesa por la cultura de su mujer —ironicé. 

Agitó la cabeza pasando por alto mi comentario. 

—¿Vas a necesitar a alguien que te ayuda a ir de compras? 

—No, creo que sé usar una tarjéta de crédito yo sola.

—Espero que sepas a lo que me refiero. 

—Tranquilo, encontraré un vestido de esos que usan las muejres americanas en las películas.

—¿Esa es tu única referencia? 

—No es tan mala. 

Se alejó del mostrador y dio un golpe en la madera.

—Haré algo con eso —musitó. No creí que hiciera nada. Me compraría un vestido de mujer de cuarenta años que luciera caro y pondría mi mejor sonrisa para conseguir dos años pagados de mi universidad. 

No era tanto. 

El ascensor sonó cuando llegó a nuestra planta y salió Markus. Era un único que aparecía por allí fuera como fuera porque me parecía que era el único amigo de Enzo. Le dio un golpe en la espalda y Enzo le soltó una mirada asesina. 

—¿Qué pasa tío? —le preguntó y se acercó al mostrador acercándome su mano. Levanté una ceja—. ¿Debería saludar de otra forma a la mujer de mi amigo? 

Le eché una mirada a Enzo y puse los ojos en blanco chocando la mano de Markus. Con él hablaba bastante más que con Enzo, pasaba casi más tiempo allí arriba que en su puesto de trabajo y cuando Enzo tenía reuniones él se quedaba charlando conmigo hasta que podía volver a hacerlo con su amigo. 

—¿Qué quieres? —le preguntó Enzo. 

—¿Sabes de ese tío de las putas? Se ha gastado la cartilla de su mujer en prostitutas y ahora quiere recuperarlo. 

Enzo caminó delante de él hacia la puerta de su despacho. 

—Tu trabajo no es cotillear la vida de los clientes. 

—No, pero es más entretenido. 

Sonreí, apuntando todavía más citas y cuadrando horarios. Terminé a las diez y media a pesar de que mi turno finalizaba a las diez y Evan ya me estaba llamando. Le dije que estaría en casa enseguida mientras guardaba mis cosas en mi bolso y sujetaba el teléfono contra el hombro. 

—No, Evan, ya voy, estoy recogiendo.

—Ya, claro —bramó—. Trae cervezas, no quedan. 

—No voy a llevar cervezas, bebes demasiado. 

—Eso no es cosa tuya. 

—Es cosa mía si tengo que recoger tus mierdas. 

—Ven a casa, Kate. 

Me colgó el teléfono. Necesitaba que se largara esos cuatro días y tener tiempo para mi. Para resolver los problemas que dejé en Rusia. Para no querer tirarme por la ventana y volver como fantasma a atormentar a todo el mundo. <<Arrggg>>

No compré cervezas, había apilado dos latas nuevas en la encimera de la cocina y al parecer le costaba mucho recogarlas, yo tampoco lo hice, quería largarme a dormir y después de una ducha, mientras me ponía el pijama, Evan entró en la habitación y sus manos me quitaron el pelo mojado de la cara. 

—¿Qué nos pasa, nena? —me preguntó. 

Suspiré. 

—No lo sé. 

Llegué a quererle, estuve enamorada de él al principio, cuando le conocí y me pareció un chico aplicado en los estudios, caballeroso... Era todo lo contrario a los romances que yo jamás vi; como por ejemplo el de mi madre y mi padrastro. 

Pero ya sólo le aguantaba por los gastos y porque era lo único que tenía. 

Empujó mi cara hacia la suya y sus labios me besaron con fuerza, pero ya no me causaba nada. El sexo seguía exsistiendo entre los dos pero no era algo que disfrutara como antes, a veces ya sólo lo hacía por no aguantarle, por no discutir. 

Sus manos me apretaron el culo y restregó su caderas y su erección contra mi entrepierna. Le agarré por los brazos y lo alejé. 

—No tengo ganas.

—¿De qué coño vas, Ekaterina? —me bramó, y se vovlió a pegar a mi restregándome su polla—. Antes esto te encantaba. 

—Pues hoy no —sentencié.

Se alejó y se llevó las manos al pelo rubio.

—¿Te follas a ese cabrón con dinero? ¿Es eso? Llegas muy tarde a casa.

Y ahí volvía. Jamás me acosté con Enzo para ese entonces, pero Evan se carcomía la cabeza pensando que sí porque tenía mucho trabajo y a veces se me pasaba la hora cuando me ponía a hacer cosas de la unviersidad allí. 

—No me follo a nadie.

—Por no follar no lo haces ni conmigo. 

Apreté los labios y le insulté en ruso, sabía que odiaba eso. Muchas veces cuando no podía aguantarle hablaba en mi idioma, soltaba todo y él ni se enteraba. 

—Las cosas cambiarían si no fueras tan capullo. 

Dejó caer los hombros y se pasó la mano por la cara. Yo me giré para colocar la cama y poder descansar. 

—Lo siento, nena —me dijo, como muchas otras veces—. ¿Te hago algo de cena? 

—No, estoy cansada y mañana tengo mi última clase. 

Suspiró más fuerte y caminó al otro lado de la cama metiéndose en su lado. 

—Mis vacaciones con los ineptos se postponen dos días. Mark ha pillado una gastroenteritis de la hostia y no se levanta del váter. Me iré el jueves y te prometo que cuando volvamos el domingo por la noche te sacaré a cenar a un sitio bonito. 

<<M****a>> La reunión era el martes, Evan estaría en casa. Me vería y vería a Enzo llegar a por mi. 

—Perfecto. 

Me hundí en la cama y él abrió su brazo acogiéndome a su lado. Me empujó hasta que caí sobre su cuerpo y me dio un beso en la frente apretándome el culo bajo la fina sábana que nos tapaba. 

—Eres la mejor mujer para mi, nena. Me vuelves loco.

Si, claro —musité en ruso—. Buenas noches.

—Hasta mañana.

Pero al despertarme él no estaba ni por la labor de abrir los ojos. Eran las siete de la mañana y me vestí con unos vaqueros y una camiseta de manga corta blanca que dejaba mi obligo al descubierto. No hacía frío así que me quedé así y mientras desayunaba con algo de prisa unas galletas en el baño, me peinaba y me maquillaba para taparme las ojeras. 

El reflejo del espejo no era la Ekaterina que se marchó de Rusia, estaba mejor, ya no se me notaban tanto los huesos de las costillas pero aunque cogí peso mi cuerpo seguía siendo delgado y tenía una buena figura, era lo único por lo que agradecía a mi madre: su genética. O tal vez a mi padre si lo hubiera conocido. 

Recogí a toda prisa antes de agarrar mi mochila y las llaves del coche y salir del apartamento. Tampoco hacía el esfuerzo de conocer a nadie porque no tenía tiempo. Entraba por el arco del campus y tenía todas las clases de seguido, después corría a casa y no me paraba a hablar con nadie. Como mucho salía de vez en cuando con Evan y sus amigos y algunas de sus novias, pero eran tontas a rabiar y una pensaba que Rusia era un continente entero. 

Pasé las clases, a la una de la tarde volví a casa, Evan estaba viendo una película y fue la primera vez en dos semanas que comimos juntos y me recordó a cuando nos mudamos al principio, todo perfecto, con una charla sobre mis clases y el trabajo (él trabajaba con su padre reparando ordenadores).

—Iré esta tarde un rato a ayudarle con algunas cajas que le han llegado hoy para la reparación. 

Asentí, para una tarde que trabajaría de verdad y no se la pasaría en casa desorganizando... 

Hasta ese día se ofreció a recoger el apartamento por mi, a fregar y a organizar la cocina. Me hizo sonreír pero no me hizo sentirme enamorada a cómo solía estarlo. El amor era una e****a. Lo era aún más cuando pensaba que Enzo tuvo que pedirme ayuda y no pudo conseguirse una mujer de verdad, una real, a sus treinta años.

De camino a la empresa pensé que podría decirle a Evan que sería una simple reunión de empresa para festejar las vacaciones. Sí, le dije eso. Dejé el coche en mi plaza de aparcamiento y me topé con Jasmine en el ascensor y con cara de pocos amigos. 

—Está con una mujer en su despacho, no le molestes. 

Me encogí de hombros, me daba igual. Me senté en mi escritorio y organicé de nuevo lo poco que sorpresivamente Jasminé dejó a medio terminar. No había ni mirado la hora todavía cuando se abrió la puerta del despacho y de ella salió una mujer adulta, más que Enzo, muy bien vestida y se notaba que su ropa de trabajo era mucho mejor que la mia a pesar de que llevábamos un vestido parecido. Él salió detrás de ella y me señaló con la cabeza. Junté las cejas cuando ella se acercó demasiado alegre. 

—¡Debes de ser Kate! —me puso una mano en el hombro y me dio dos besos que echaron atrás. 

Loca —solté en ruso y ella me miró, y después a Enzo. 

—Esta es Analía —me la presentó—. Te irás con ella a comprar y te encontrará algo que ponerte en la reunión. Ahora. Tienes la tarde libre.

Si lo hubiera sabido hubiera preferido quedarme a trabajar. 

—Vale... —dudé. 

—¿Tienes la tarjeta que te di? —me preguntó y asentí—. ¿Vas a querer un coche privado que os lleve? 

—Sí, estaría bien —dijo ella. 

¿Qué? ¿Un coche privado? Era de locos. 

—No, yo tengo mi coche abajo —me apresuré a decir. 

No la vi muy contenta, se quejó de mi chatarra y quise dejarla tirada en mitad de la autopista de camino a un centro comercial súper exclusivo con ropa de señora mayor. Me metió en tres tiendas y me probé diez vestidos en menos de dos horas. Empezaban a dolerme los pies y quise comprarme unas zapatillas y lanzar los tacones a una fuente, pero mi dinero jamás llegaría al precio de esas tiendas y no iba a usar su tarjeta para nada que no fuera lo que me pidió. Ya casi por quitármelo de encima cogí iniciativa negándome a vestidos horrorosos.

—Hay un centro comercial cerca de aquí —recordé—. Tiene unos vestidos que me gustan.

Se quejó pero yo ya caminaba a mi coche.

—Este es el mejor sitio, aquí compran todas las mujeres los vestidos.

—Pues yo no. 

El problema no era su gusto con la ropa, era su trabajo lo que hacia pero no eran mis gustos. Yo no me vestía tan refinada, no estaba acostumbrada a esos vestidos ni a esa vida. Por suerte era sólo un día. 

Creo que las dos nos tragamos muchas palabras de la otra sólo para terminar antes. Ella aceptó el centro comercial al que le llevé y yo acepté dejarme aconsjear por ella; al final yo jamás habái asistido a una reunión así y no sabía qué era correcto usar. Terminamos en una tienda de vestidos que parecían de damas de honor, seguía siendo algo cara pero sacó un vestido morado de una percha y me encantó. Era uno de esos vestidos que soñaba con tener pero que sabía que jamás usaría porque no tenía ocasión. 

—¿Este te gusta? Es fino, elegante, femenino y juvenil. A su marido le gustará. 

Lo cogí y quise decirle que aún si a mi "marido" no le gustaba, era el que a mi sí. Pasé a los probadores y la tela se me resbaló de las manos. Era de lo más suave y el morado claro brillaba bajo la luz blanca del vestidor. Mientras me lo pasaba por las piernas asomó la etiqueta y estuve a punto de dejar de probármelo. Ciento setenta y cinco dólares, era demasiado para un vestido; sin embargo me lo terminé de poner y lo que me gustaba era mucho más que el remordimiento por tanto dinero gastado. 

Era un vestido largo, de tirantes finos y escote cuadrado algo suelto; no era de lo más ajustado y tenía una abertura en la pierna que hizo más cómodo caminar con él. Era tan suave... tan fino... Me mordí el labio y pasé las manos por él convenciéndome de llevármelo. 

—Sal, quiero verte —me dijo. 

Corrí la cortina y abrió la boca y los ojos. 

—Ese es, te queda de maravilla, tienes un cuerpo muy bonito, y eres alta, te resalta las piernas. Sólo te harían falta unos tacones más llamativos, y algo de joyería. 

—Tengo zapatos en casa. 

—Unos nuevos, que reluzcan. 

Me hizo suspirar. Quería sentarme. 

—Vale, venga, me lo quitaré. 

Las dependientas de la tienda lo guardaron perfectamente en una bolsa para que no se arrugara demasiado y en cuanto dijeron el precio Analía torció el gesto. No lo dijo en el momento pero cuando salimos se quejó. 

—Es demasiado barato.

—¿Barato? Me ha dolido pagar eso por un vestido y ni siquiera era mi dinero. 

Puso los ojos en blanco y me arrastró a una tienda de zapatos, allí compré unos tacones blancos muy simples, ella dijo que aunque tenían que llamar la atención con el contraste lo principal era mi figura, y el vestido. No fueron muy caros pero lo que sí me sacó el aire fue cuando en la joyería intentó que me comprara un collar de casi dos mil dólares. Empecé a negar con la cabeza.

—A tu marido no le importará, él te ha dado la tarjeta. 

—Pero es demasiado.

—No lo es, ¿quieres llamarle y preguntárselo? 

No, porque sabría lo que diría. La tarjeta tenía un saldo de diez mil dólares y me puso nerviosa ver tanto dinero a mi disposición. Y sin ser mi dinero, sabiendo que podía gastármelo todo, no lo hice. Era innecesario. 

—Mira ese collar —señalé una cadena pequeña de plata.

Analía se acercó y el hombre a cargo de la tienda sacó la cadena de la vidriera. Era mucho más simple, y barata, pero Analía señaló la de debajo, una igual con detalles en blanco que decía que pegaría más con mis zapatos y el bolso que quedaba por buscar. Sólo por irme a casa acepté todo, acepté soltar la tarjeta y pagar los quinientos dólares del collar, acepté sacar la tarjeta en otra tienda y pagar ciento veinte dólares de un bolso pequeño y blanco. 

Tenía los pies a reventar y ni salí del coche cuando la dejé frente a la empresa y yo me largué. 

Evan volvió a casa cuando yo organizaba mis nuevas cosas. 

—Joder, ¿y ese vestido? —me preguntó. 

—Tengo una reunión de trabajo el martes, sólo quiero verme bien —mentí.

Él apretó los labios y asintió. 

—¿Quieres que vaya contigo? 

—No, será algo privado de empresa, sólo los trabajadores. Enzo quiere darnos las gracias por este buen trimestre. 

Sé que no se lo tragó, Evan podía ser un capullo pero no era gilipollas. 

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