Llevo a Alaia al coche y la abrocho en el asiento del copiloto a mi lado. Le doy un par de besos en la mano y cierro la puerta. Me meto en el coche y me siento, mirando al frente. Me muerdo el labio con fuerza y rabia, doy un par de puñetazos al volante, ahogando un sollozo, aprieto la cabeza contra el volante y lloro desconsoladamente. Dios, por favor, protégela, por favor, tráela sana y salva. No quiero nada más. Solo que me la devuelvan.
Una vez que me repongo, conduzco de vuelta a casa. Alaia duerme en su asiento del coche a mi lado. Suspiro cuando veo que los fotógrafos siguen acampados afuera de la casa. Los policías los apartan cuando se abre la puerta y me toman una foto tras otra mientras saco a Alaia del coche.
"Tristan, ¿hay noticias de Shayla?".
"Tristan, ¿dónde encontraron a Alaia? ¡¿Dónde está Shayla?! ¡¿Es cierto que está muerta?!".
"¡Sáquenlos de aquí!", grito con rabia a los agentes, que asienten y empiezan a alejarlos de la casa. Ignoro las preguntas que me gritan