Días después.
Beth y Matías estaban en el consultorio del doctor, esperando los últimos resultados. La atmósfera estaba cargada de ansiedad. El tic-tac del reloj en la pared parecía ralentizarse, como si cada segundo se alargara a propósito para atormentarla.
El doctor hojeó los papeles con un gesto serio antes de levantar la mirada.
—Todo está en orden. Nos vemos el lunes a las seis de la mañana, Beth. A las diez en punto inicia la operación.
Beth asintió con un nudo en la garganta. Apretó las manos sobre su regazo, sintiendo cómo el miedo le oprimía el pecho. ¿Sería este el final? ¿O solo un nuevo comienzo?
Mateo tomó su mano con firmeza, transmitiéndole un calor reconfortante. Ella lo miró, buscando en sus ojos una certeza que nadie podía darle.
Salieron del hospital en silencio. El sol de la tarde pintaba el cielo de tonos dorados, pero Beth solo podía pensar en la oscuridad que la acechaba.
Subió al auto y fijó la vista en el paisaje. Su reflejo en la ventana le devolvió la imagen