—¡Señor Savelli, este es un dilema familiar, no intervenga, se lo ruego! —exclamó Alonzo, su voz temblando de furia contenida.
Giancarlo avanzó con una calma que parecía burlarse de la tensión en el aire.
Sus pasos resonaban como un desafío.
—¿Familiar? —respondió con un tono gélido—. ¿Y qué tiene de familiar humillar a una mujer delante de una multitud? Si la señora Valenti afirma tener pruebas, ¿por qué no darles el beneficio de la duda? Una simple prueba de ADN podría dar paz… no solo a ella, sino también al alma de un niño inocente.
El rostro de Eugenia, la madre de Alonzo se contrajo en una máscara de ira.
—¡Ese niño era un bastardo! —gritó, su voz cortando el aire como una cuchilla.
Giancarlo se giró hacia ella, su mirada tan penetrante que parecía perforarla.
—Señora, me pregunto… si alguien dijera lo mismo de su hijo, ¿cómo defendería su honor? ¿Cómo probaría su verdad? ¿O acaso teme lo que esa verdad podría revelar?
La sala quedó en un silencio asfixiante.
Eugenia abrió los oj