Los ojos de Roma se abrieron con rapidez, su corazón palpitaba frenéticamente en su pecho.
Los gritos, agudos y desgarradores, resonaban en sus oídos como si su mente estuviera atrapada entre la pesadilla y la realidad.
Se quedó inmóvil por un segundo, atrapada en la confusión, pero pronto supo que lo que estaba escuchando no era parte de su sueño. Era real.
El aire a su alrededor parecía cargarse de tensión, y, en ese preciso momento, el sonido de los gritos se intensificó. Algo terrible estaba sucediendo.
Roma se levantó de la cama con prisa, el terror se apoderó de su ser.
—¿Roma? —La voz de Giancarlo la alcanzó, su tono entre preocupado y confundido.
—¿Escuchas? ¡Algo malo está pasando! —respondió ella, la desesperación invadiendo sus palabras.
Giancarlo intentó detenerla, pidiéndole que volviera a la cama, pero Roma no pudo quedarse quieta. La necesidad de entender qué estaba sucediendo la empujó fuera de la habitación.
—¡Roma!
Ella no lo escuchó, ya estaba descendiendo las escale