Casi al anochecer, Kristal llegó al hospital con el rostro desencajado, la mente nublada por la angustia.
Cada paso que daba hacia el lugar donde su hijo luchaba por su vida parecía pesarle más que el anterior, como si la gravedad de la situación la estuviera aplastando.
La sala de espera era fría, vacía, reflejando la soledad que sentía en su pecho.
Se sentó en una de las sillas, esperando el momento en que pudiera ver a su hijo.
El reloj parecía burlarse de ella, su tic-tac resonaba en sus oídos, más implacable que nunca.
Finalmente, la dejaron verlo, aunque no de la manera que ella había imaginado.
Le informaron que su hijo, debilitado por el tratamiento, no podría ser tocado.
Solo podía verlo a través del cristal, un muro frío que separaba sus corazones. El médico la miró con pesar.
—El niño está muy débil, señora, no podrá cargarlo. Solo puede verlo a través del cristal. Su sistema inmune está extremadamente delicado —le dijo, la voz grave, sin consuelo.
Kristal asintió, pero en s